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jueves, 6 de diciembre de 2012

Yolanda Ulloa - Viaje con preguntas

Quién se sentará en esta cafetería cincuenta, ochenta, ciento
veinte años después, quién tomará la cerveza, comerá el
pescado, el pan, dónde estará el ágil muchachito, de su
bolsillo cae el pasado, sin recogerlo nadie… Recordáis
a quienes discutimos sobre los artículos de periódicos,
contamos a los muertos, nos preparamos para el partido
de fútbol, “¡pst!, el presidente hizo una declaración, el
régimen de Castro es transitorio”, “el domingo vamos a
trabajar, hay que cortar caña”, “la revolución cubana es del
siglo pasado” –dice el que regresó de unas vacaciones de
cuatro semanas, exactamente en aquel momento cuando
se murió conforme a la época Pedro, el traductor que se
rio siempre. “En Budapest nos encontraremos, ¿para qué
despedirnos?” Tendría que ser un pintor abstracto para pintar
un cuadro sobre mi hermosa época, asquerosa, soy uno de
los muchos millones, que puede preguntar en nombre de
la inmensa mayoría, aunque sólo sean dos negros al lado
de la universidad de Mister Lynch, cuatro guerrilleros
emboscados en el monte del Señor Traición, o un pueblo
que se prepara para los carnavales en la Isla de la Libertad.
(Pregunta para los nietos de los vencedores del antaño)
Ayer vi el filme La tragedia optimista,
y después
me acompañó a la calle Aleksei
con guitarra y no con acordeón.
“¿Vivimos en una tragedia optimista?”
preguntó él o yo
en medio de la calle,
entre dos niños montados en patines
cuando vino de frente
el nieto de Aleksei,
o el bisnieto tal vez,
José o Juan.
Era más soviético, confieso,
con su cara latina,
y al cinto su revólver,
que los alekseies refinados,
aparecidos en la literatura,
estos muchachos que desdicen
a los abuelos
porque para ellos el pasado
es solo un cumplido de cinco minutos.
No me aleccione nadie
por esta idea rara
así: “El pasado se acabó,
son inútiles los héroes”.
Qué respondéis, si pregunto
en nombre de Aleksei o de
su nieto cubano quien murió en el mar,
si pregunto silenciosamente:
¿Dónde andan hoy los alekseis?

Viene el Gran Mago con la paloma de la paz de una revista
humorística, debajo del ala de la paloma se esconde
secretamente la United States Steel, please, please, el tipo
de interés de las negociaciones, la Gran Atracción, la famosa
Atracción… “¿Quién vio la sangre, Ngog, Mihail, Pedro?”
En la sala de espectadores se ríen los señores: “Estupendo,
pues, buen negocio es la paz si la saborea el aliño vietnamita,
la sangre panameña es más excitante que el ron”. Miro la
mañana, el amigo de Ngog se murió en su aldea de techos
de paja, indefensa, adonde voló ayer la paloma del mago…
Pido la paz en nombre de mi amante, yo la imagino como si
fuera mía, pero ella abraza a otro con la palabra alegre, y le
ríe con una risa blanca…

Primero llegó
tu nombre:
Digna
por los caminos
de la canción
te encontré.
Delante de una pintura abstracta
se escapó de tus ojos
el antílope blanco.
Luego empezó a hablar
tu cabellera:
tu abuelo negro
subió hacia mí bajo sus zarcillos.
Pequeño continente, caminaría por tus caminos
hasta tu muslo hermoso
donde descansa el viento del amanecer.
Mis ojos
evocan siempre
el ser ajeno de los antecedentes;
en los ojos de mi padre
vivió así la soledad
en Budapest bombardeada.
Muerte en los crematorios.
Muerte en los cañaverales.
Muerte en la orilla del Danubio.
Muerte en Santiago de Cuba.
Muerte entre los enmascarados de Ku-Klux-Klan.
Muerte en el libro del administrador de Auschwitz.
En el barco
¿de qué miedo
está navegando este amor?
(Panamá responde: “Soy sangre cuajada
en el mapa enorme
que se extiende desde América hasta Vietnam”.)
¿Conocéis este mapa?
¿Lo hundiríais tal vez
en el bolsillo del chaleco,
en la cartera diplomática,
o en el hospital
donde famélico
yacía el escritor, Kálmán Sándor
con sus novelas no escritas
ya
para siempre sin palabras?
Por eso pregunto,
¿hasta cuándo hablará el miedo
en el momento más hermoso?
Dos nombres en el mapa enorme,
traemos la alegría desconocida
del futuro del dolor conocido del pasado,
este amor
es el nieto de los abuelos muertos.

Como un cartógrafo loco quien dibujaría nuevas tierras en
el océano inmenso, estoy buscando en ustedes un nuevo
continente entre los grados de latitud desmedidos del
Cinismo y de la Indiferencia. Oigo la risa detrás de mí:
“Nos descubre al fin un Nuevo Mundo!”, pues vosotros
os sentís bien en vuestro mundo de habitaciones, donde en
las cunas lloran alegremente vuestros bebés con derecho
a la jubilación. Olvidáis los nombres de los muertos,
“pues digo francamente, en la época de la bomba atómica,
yo soy pacifista, el partidario del humanismo.” Viene la
juventud de la Bomba del Hidrógeno con sus putas y con
sus desocupados, “para qué trabajar, vamos a morir todos”.
Mi amigo hace un ademán: “¿vivir? ¿para qué?”, su padre
escribió sobre una pared de la cárcel: “¡venceremos!”, “el
viejo no fue intelectual”, llora su hijo, y ve milagros en el
ron. Para terminar un fragmento del libro de negocios de la
United States Steel: “Si el temor nuclear cambia demasiado
el ambiente del mundo la falta aparente de ganancia de
nuestras inversiones de armas de este año producirá intereses
con pingües ganancias en los años próximos…”.

(Poema sobre las palabras, con preguntas)

¿Conocéis esta palabra: “mía”?
la inmensa mayoría, por ejemplo,
la olvidada fácilmente.
¿Conocéis esta palabra: “soledad”?
Por ejemplo, el negro de Harlem
con un nudo democrático en su cuello.
Es un punto de vista solamente
la soledad ¿de quién es?,
que significa: “mía” y “soledad”
La plaza pregunta, donde estoy parado, pueblo en las tierras
donde no anduve, pregunta en los cines del bulevar, en
maldiciones, en las risas, pregunta Fígaro, Sancho Panza,
Kosevoi y el pueblo sin escritor en una novela sin escribir…
Pregunta el pueblo (el conocido
desconocido en Hanoi, en Pest),
sencillamente pregunta: “¿cómo estás?”
“hola”, y conversa conmigo:
“mundo”, “paz”, “revolución”,
no encuentro yo solo la respuesta.
Pero el pueblo no me pregunta y me responde: “veinte y seis
estudiantes murieron en Panamá”, muertos se sientan a mi
lado en la banqueta del bar, porque ellos viven, es deceso
mineral solamente en sus cuerpos la bola, el gas, la bomba,
porque ellos viven, “cuándo vendrá Fidel” –dicen en Madrid,
en Venezuela, “yo le parí doce niños, todos conocen de su
andar por la montaña” –murmura la indígena, responde el
pescador atando la red, el constructor de carreteras quien se
convirtió en poema invisiblemente en la esquina de Körönd,
el niño con su pelota en la plaza, el vendedor de periódicos
con el nombre del primer astronauta, obrero cansado que
compra billete de tranvía para el futuro en la noche…

Espero la paz en nombre del constructor de tejas,
de los ladrillos, del vidrio, del techo,
de hombres y mujeres y niños.
Yo
pasando por el medio del siglo
(en la noche y delante del amanecer)
espero el tiempo de la paz
en nombre de los muertos vietnamitas
(en lugar de mi amigo Ngog, y de su amigo
quien murió en una carta).
Con gusto diría:
“flor”, “verano”, “cielo del amanecer”,
pero
desgarran las flores del verano
la bomba, la mina, el gas,
los Miedos Unidos explican
con sus ministros pulgarcitos.

(Última respuesta)

Digo a la vez: “paz”, “pueblo”
sin “pueblo” “la paz” es despoblada,
conozco estas dos palabras juntas,
en húngaro son siete letras: “paz”, “pueblo”.

Al amanecer se extiende sobre mí el cielo,
traigo en mi palma siete letras,
para mí y para otros declaro:
“tendremos paz una vez en nuestra calle…”

Conmigo escribe el poema el pescador,
el taxista, el camarero, la mujer,
el camino, la cafetería, el puerto,

donde un pueblo alegre toma, charla
(de día, de noche o antes de amanecer),
engendra un niño, y el futuro seguro.

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