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viernes, 14 de diciembre de 2012

Ángel Crespo - Para un arte poética

Conquistar el silencio no es, como algunos creen, persuadirse de la inutilidad de la palabra poética, sino llegar, mediante ella, a lo inexpresable, a lo que no se entrega: para tratar de expresarlo cuando seamos más de la poesía.
Bajo cada poema hay otro más precioso que él: como un tesoro. Todo es cuestión de querer y saber cavar con fe.
(Bajo cada poema propio o ajeno, nuevo o viejo, escrito o por escribir.)
La materia es espíritu dormido, y sólo el poeta sabe despertarlo.
La mayor virtud del poeta es el arrepentimiento, no el temor de pecar.
Cuando la verdad huye, hay que mentir para atraparla.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Ángel Crespo - Nuevos decires

La historia no se retire; lo que se repite es la ceguera de sus intérpretes, pues cada retorno es diferente.
El que sabe esperar es objeto de las envidias peores.
Quien no es capaz de imaginar su propio pasado, ese no tiene porvenir.
Si pudiera tenerlo todo, sólo me quedaría con algo para seguir deseando.
Quien no descubre el mundo todos los días no lo ha visto nunca.
La poesía contemporánea empezó cuando el poeta sustituyó el ubi por el ubi sum.

Ángel Crespo - Mis hereronimos

Estos son algunos de mis heterónimos de traductor:
Con la Chanson de Roland, un cantero.
Con Dante, un arquitecto.
Con Petrarca, un relojero.
Con Guimaraes Rosa, un explorador.
Con Fernando Pessoa, un ingeniero.
Con Eugenio de Andrade, un jardinero.

Ángel Crespo - Para un arte poética

Que la dificultad sea la voluptuosidad del estilo: no la dificultad buscada, sino la inevitable cuando la belleza no quiere negársenos.
No escribir únicamente para entregarnos a nuestra inspiración, sino también para que las palabras se entreguen a la suya, es una manera de practicar la magia.
Lo que no se ve a lo que se ve, que no ve.
Nunca se arranca nada de raíz: ni las raíces.
¿Torcerle el cuello al cisne? Ni al cisne ni al búho, que entre sus dos asombros cobra alas el poema.
La sombra de la poesía es tan misteriosa que, al abrazarla, sentimos su cuerpo.

Ángel Crespo - Homenaje a Baudelarire

El hombre de talento es un mercader; el de genio, un pródigo.
La escritura del poema está más cerca del jeroglífico que del alfabeto.
Lo mismo que la poesía realista supera a la realidad, la filosófica supera a la filosofía.
El poema embellece a la nada.
El arte es la única religión que glorifica a los herejes.

Ángel Crespo - Espejos

Nada tan poético como un espejo en la oscuridad.
Entre nosotros y la verdad, la luz de un espejo.
La mirada se magnifica en el espejo: porque los espejos nos muestran el otro sentido de las cosas.
Poesía real e inaprensible: como en un espejo.

Ángel Crespo - Para un arte poética

Todo era igual antes del poema.
El poeta toca una flor y la convierte en flor. Y no hay metamorfosis más profunda.
Apenas. He aquí la palabra más poética.
Quien quiera hacer una gran obra poética ha de trabajar en ella con pereza y constancia.
Toda obra poética, aun suponiendo que nadie la lea y llegue a olvidarla su propio autor, perfecciona al mundo.

Ángel Crespo - Microcaricaturas francesas.

Marie de France escribía con los cabellos.
Ronsard, con un junco verde.
Victor Hugo, con un tridente.
Baudelaire, con una daga.
Verlaine, con un soplo.
Rimbaud, con un clavo.
Mallarmé, con un alfiler de corbata.
Valéry, con un ritalíneas.
André Breton, con una esponja.

Ángel Crespo - Historia profana

Llevaba enguantada la mano izquierda para poder cumplir el precepto evangélico.
El César huyó despavorido cuando quisieron darle lo que de verdad era suyo.
En el fuego se prueba el otro; y en el silencio se prueba el profeta.

Ángel Crespo - Contra lo igual

Cuando todos los caminos confluyen en uno, van a dar al infierno.
Nos acerca lo que nos diferencia: por eso hacemos el amor. Las iglesias y los partidos unen, en cambio, a lo semejante: por eso engendran odio.
Tan sólo la nada es igual en sí misma.

Ángel Crespo - Para un arte poética

Escribir poesía es inventar lo cierto: como si no lo fuera.
La razón se somete a la realidad; la imaginación la subyuga.
Pasarse la vida pensando en secreto poemas que nunca se escriben. Que los escritos no sean, en cambio, meras indiscreciones.
Que la poesía diga lo que no queremos decir.
¿Qué le quedaría por hacer al poeta si la rosa fuera su propio artista?

Ángel Crespo - Oscuro : Claro

Ninguna lectura del poema es estéril: ni la de aquel que no lo entiende.
En el poema oscuro, el bosque impide ver los árboles. No lo contrario.
Un poema verdadero nunca es oscuridad, sino la otra cara de la luz.
El poema se ilumina cuando lo leemos con los ojos cerrados.
Cuando el poema es el que nos lee, lo llamamos oscuro.

Ángel Crespo - Sobre los dioses

¿Cómo conquistar la serenidad? Estando por cima de todos los dogmas: como los dioses.
La poesía es nuestra imagen de los dioses y nuestra imagen suya.
Tentamos a los demonios; nos tientan los dioses.
Amamos a los dioses que nos desdeñan; desdeñamos, en cambio, a los que nos aman. La medida del hombre verdadero no es otra que el desdén.

Ángel Crespo - Homenaje a Victoria

La música de Victoria es oro sobreplateado: suprema elegancia.
Victoria componía su música para que la cantasen los personajes de los cuadros de El Greco; los cuales, en efecto, llegaron a entonar las Lamentaciones de Jeremías.
El aire se serena: como en Fray Luis.

Ángel Crespo - Para un arte poética

Hay una letra con la que sólo escriben los poetas.
La poesía es comunicación, pero no por lo que dicen algunos, sino porque los poemas son, los unos respecto a los otros -y a lo Otro-, varios comunicantes.
A quien escribe con amor no suele quedarle tiempo para la fama.
Cuando el poema quiere burlarte, escríbelo en prosa.
El verdadero creyente escribe para que le excomulguen.
Inventar palabras, sí: para que ellas nos inventen.

Charles Baudelaire - Horror simpático

De este cielo extravagante y lívido,
Atormentado como tu destino,
¿Qué pensamientos en tu alma vacía
Descienden? Responde, libertino.

—Insaciablemente, ávido
De lo oscuro y lo incierto,
Yo no gemiré como Ovidio
Arrojado del paraíso latino.

Cielos desgarrados como arenales
En vosotros se contempla mi orgullo;
Vuestras amplias nubes enlutadas

Son los carros fúnebres de mis sueños,
Y vuestros fulgores son el reflejo
Del Infierno donde mi corazón se complace.

Charles Baudelaire - Alquimia del dolor

El Uno te ilumina con su ardor,
El otro en ti te pone su duelo, ¡Natura!
El que dice a uno: ¡Sepultura!
Dice al otro: ¡Vida y esplendor!

Hermes desconocido que me asistes
Y que siempre me intimidas,
Tú me haces al igual de Midas,
El más triste de los alquimistas;

Por ti yo cambio el oro en hierro
Y el paraíso en infierno;
En el sudario de las nubes

Descubro un cadáver querido,
Y sobre las celestes riberas
Levanto grandes sarcófagos.

Charles Baudelaire - El gusto de la nada

Melancólico espíritu, en otros tiempos enamorado de la lucha,
La Esperanza, cuya espuela acuciaba tu ardor,
¡No quiere más montarte! Acuéstate sin pudor,
Viejo caballo cuyos cascos en cada obstáculo chocan.

Resígnate, corazón mío; duerme tu sueño de bruto.

Espíritu vencido, ¡despeado! Para ti, viejo merodeador,
El amor no tiene más gusto, no más que la disputa,
¡Adiós, pues, cantos del cobre y suspiros de la flauta!
¡Placeres, no tentéis más un corazón sombrío y embustero!

¡La Primavera adorable ha perdido su perfume!

Y el Tiempo me engulle minuto tras minuto,
Como la nieve inmensa un cuerpo ya tieso;
Yo contemplo desde lo alto el globo en su redondez
Y no busco más el abrigo de una choza.

Avalancha, ¿quieres arrastrarme en tu caída?

Charles Baudelaire - Obsesión

Grandes bosques, me espantáis como catedrales;
Aulláis como el órgano; y en nuestros corazones malditos,
Estancias de eterno duelo donde vibran viejos estertores,
Responden a los ecos de vuestros De profundis.

¡Yo te odio, Océano! tus saltos y tus tumultos,
Mi espíritu en él los recobra. Esta risa amarga
Del hombre vencido, lleno de sollozos y de insultos,
Yo la escucho en la risa enorme del mar.

¡Cómo me agradarías, oh noche! ¡Sin estas estrellas
Cuya luz habla un lenguaje conocido!
¡Porque yo busco el vacío, y el negro, y el desnudo!

Pero, las tinieblas son ellas mismas las telas
donde viven, brotando de mis ojos por millares,
Los seres desaparecidos de las miradas familiares.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Charles Baudelaire - Spleen (IV)

Cuando el cielo bajo y pesado como tapadera
Sobre el espíritu gemebundo presa de prolongados tedios,
Y del horizonte, abarcando todo el círculo,
Nos vierte un día negro más triste que las noches;

Cuando la tierra se cambia en un calabozo húmedo,
Donde la Esperanza, como un murciélago,
Se marcha batiendo los muros con su ala tímida
Y golpeándose la cabeza en los cielorrasos podridos;

Cuando la lluvia, desplegando sus enormes regueros
De una inmensa prisión imita los barrotes,
Y una multitud muda de infames arañas
Acude para tender sus redes en el fondo de nuestros cerebros,

Las campanas, de pronto, saltan enfurecidas
Y lanzan hacia el cielo su horrible aullido,
Cual espíritus errabundos y sin patria
Poniéndose a gemir porfiadamente.

—Y largos cortejos fúnebres, sin tambores ni música,
Desfilan lentamente por mi alma; la Esperanza
Vencida, llora, y la Angustia atroz, despótica,
Sobre mi cráneo prosternado planta su bandera negra.

Charles Baudelaire - Spleen (III)

Yo soy como el rey de un país lluvioso,
Rico, pero impotente, joven y no obstante antiquísimo,
Que, de sus preceptores despreciando las reverencias,
Se hastía con sus perros como con otras bestias.
Nada puede distraerle, ni caza, ni halcón,
Ni su pueblo muriendo ante su balcón.
Del bufón favorito la grotesca balada
No distrae más la frente de este cruel enfermo;
Su lecho flordelisado se transforma en tumba,
Y las azafatas, para las que todo príncipe es bello,
No saben más encontrar el impúdico tocado
Para arrancar una sonrisa a este joven esqueleto.
El sabio que le hace el oro jamás ha podido
De su ser extirpar el elemento corrompido,
Y en esos baños de sangre que de los romanos proceden,
Y de los que de sus lejanos días los poderosos se recuerdan,
No ha sabido recalentar este cadáver alelado
Por el que corre, en lugar de sangre, el agua verde del Leteo.

Charles Baudelaire - Spleen (II)

Yo tengo más recuerdos que si tuviera mil años.

Un gran mueble de cajones atiborrado de facturas,
De versos, de dulces esquelas, de procesos, de romances,
Con abundantes cabellos enredados en recibos,
Oculta menos secretos que mi triste cerebro.
Es una pirámide, una inmensa cueva,
Que contiene más muertos que la fosa común.
—Yo soy un cementerio aborrecido de la luna,
Donde, como remordimientos, se arrastran largos gusanos
Que se encarnizan siempre sobre mis muertos más queridos.
Yo soy un viejo gabinete lleno de rosas marchitas,
Donde yace toda una maraña de modas anticuadas,
Donde los pasteles plañideros y los pálidos Boucher,
Solos, exhalan el olor de un frasco destapado.

Nada iguala en longitud a las cojas jornadas,
Cuando bajo los pesados flecos de las nevadas épocas
El hastío, fruto de la melancólica incuria,
Adquiere las proporciones de la inmortalidad.
—Desde ya tú no eres más, ¡oh, materia viviente!
Que una peña rodeada de un vago espanto,
Adormecida en el fondo de un Sahara brumoso;
Una vieja esfinge ignorada del mundo indiferente,
Olvidada sobre el mapa, y cuyo humor huraño
No canta más que a los rayos del sol poniente.

Charles Baudelaire - Spleen (I)

Pluvioso, irritado contra la ciudad entera,
De su urna, en grandes oleadas vierte un frío tenebroso
Sobre los pálidos habitantes del vecino cementerio
Y la mortandad sobre los arrabales brumosos.

Mi gato sobre el ladrillo buscando una litera
Agita sin reposo su cuerpo flaco y sarnoso;
El alma de un viejo poeta vaga en la gotera
Con la triste voz de un fantasma friolento.

El bordón se lamenta, y el leño ahumado
Acompaña en falsete al péndulo acatarrado,
Mientras que en un mazo de naipes lleno de sucios olores,

Herencia fatal de una vieja hidrópica,
El hermoso valet de coeur y la dama de pique
Charlan siniestramente de sus amores difuntos.

Charles Baudelaire - La campana rajada

Es amargo y dulce, durante las noches de invierno,
Escuchar, cabe, el fuego que palpita y humea,
Los recuerdos lejanos lentamente elevarse
Al ruido de los carrillones que cantan en la bruma.

Bienaventurada la campana de garganta vigorosa
Que, malgrado su vejez, alerta y saludable,
Arroja fielmente su grito religioso,
¡Tal como un veterano velando bajo la tienda!

Yo, tengo el alma rajada, y cuando en su tedio
Ella quiere de sus canciones poblar el frío de las noches,
Ocurre con frecuencia que su voz debilitada

Parece el rudo estertor de un herido olvidado
Al borde de un lago de sangre, bajo un montón de muertos,
Y que muere, sin moverse, entre inmensos esfuerzos.

Charles Baudelaire - El tonel de odio

El Odio es el tonel de las pálidas Danaides;
La Venganza consternada con brazos rojos y fuertes
Se ha complacido en precipitar en sus tinieblas vacías
Grandes cubos colmados de sangre y de lágrimas de los muertos,

El Demonio hace hoyos secretos en esos abismos,
Por donde huirían mil años de sudores y esfuerzos,
Aunque ella lograra reanimar sus víctimas,
Y para oprimirlas resucitar sus cuerpos.

El Odio es un beodo en el fondo de una taberna,
Que siente siempre la sed nacer del licor
Y multiplicarse como la hidra de Lerna.

—Mas los bebedores felices conocen a su vencedor,
Y el Odio es consagrado a la suerte lamentable
De no poder jamás dormirse bajo la mesa.

Charles Baudelaire - El muerto alegre

En una tierra crasa y llena de caracoles
Yo mismo quiero cavar una fosa profunda,
Donde pueda holgadamente tender mis viejos huesos
Y dormir en el olvido como un tiburón en la onda.

Yo odio los testamentos y yo odio las tumbas;
Antes que implorar una lágrima del mundo
Viviente, preferiría invitar a los cuervos
A sangrar todas las puntas de mi osamenta inmunda.

¡Oh, gusanos! negros compañeros sin orejas y sin ojos,
Ved cómo hasta vosotros llega un muerto libre y alegre;
Filosóficos vividores, hijos de la podredumbre,

A través de mi ruina pasad sin remordimientos,
Y decidme si hay aún alguna tortura
Para este viejo cuerpo sin alma ¡y muerto entre los muertos!

Charles Baudelaire - Un grabado fantástico

Este espectro singular no tiene otro aderezo,
Grotescamente plantado sobre su frente de esqueleto,
Que una diadema horrible y carnavalesca.
Sin espuelas, sin fusta, acosa un caballo,
Fantasma como él, rocín apocalíptico,
Que babea por el belfo como un epiléptico.
A través del espacio se precipitan juntos,
Y hollan el infinito con un casco atrevido.
El jinete pasea su sable que flamea
Sobre las multitudes innúmeras que su montura tritura,
Y recorre, cual un príncipe inspeccionando su palacio,
El cementerio inmenso y frío, sin horizonte,
En el que yacen, bajo la luz de un sol blanco y opaco,
Los pueblos de la historia antigua y moderna.

Charles Baudelaire - Sepultura

Si en una noche pesada y sombría
Un buen cristiano, por caridad,
Detrás de unos viejos escombros
Entierra vuestro cuerpo alabado,

A la hora en que las castas estrellas
Cierran sus ojos abrumados,
La araña en ellos hará sus telas,
Y la víbora sus crías;

Escucharéis durante todo el año
sobre vuestra cabeza condenada
Los aullidos lamentables de los lobos

Y de las brujas famélicas,
El retozar de los viejos lúbricos.
Y las conspiraciones de los negros rateros.

András Simor - Cuba

Resisten las palmas,
el paisaje esconde la tempestad,
se queda la tierra, el cielo
y bajo el cielo el pueblo.

En la ciénaga llora el caimán,
levanta la cabeza,
resiste la caña cristalina,
es un misterio, cómo, por qué.

El cactus afila las espinas,
no pierde su fe,
el largo lagarto se despierta,
todavía saca las uñas.

Mi vida allá, mi vida aquí,
no la de otros, sino la nuestra,
despierta el alma resiste,
es un misterio cómo, por qué.

András Simor -Plegaria

Último, loco amor,
lo único que me quedó,
mientras todo se cae en pedazos
por lo menos guárdate tú.

Náufrago en el mar
entre los terribles tiburones
último, loco amor,
que no te trague la niebla.

Mi isla tirada por la tempestad,
pedacito de tierra que es mi patria,
mientras todo se cae en pedazos
es lo único que me quedó.

Último, loco amor,
que no te trague la niebla,
por lo menos guárdate tú
entre los terribles tiburones.

András Simor - Prometeo

¡Prometeo insensato!
Antes hubiera que tirar
al buitre
y sólo después
penar por el fuego.

András Simor - Paráfrasis al poema El gigante del Rubén Martínez Villena

¿Y qué hago yo aquí donde no hay nada
grande que hacer?
Esto lo pregunto por la mañana cuando me despierto
con dolor de muelas y el deseo de orinar,
y durante el día cuando leo el diario
se me va el resto de mi fuerza vital,
y luego cuando obligatoriamente
empiezo a hablar con alguien,
qué hago yo aquí donde no hay nada
grande que hacer,
ni en el pasado,
ni en el futuro
y nadie oye mi grito,
el socorro escondido en palabras
cuando con el Señor de los Poderes Obscuros
empezaría a luchar
por última vez, antes de la última estación.
¿Qué estoy esperando?
¿Qué?
¡Pues no hay salida de este sufrimiento!
Mis manos, las dos vacilantes,
me las pongo en la cabeza
y a pesar de todo estoy esperando,
¡esperando!

András Simor - La ventaja del cambio de sistema

Sin el cambio del sistema
nunca hubiéramos sabido
que A es un gran vómito
que B es lo mismo de grande
que C es muy católico
que D es muy judío
que E será siempre
un lamedor de culo
al igual que
de la F a la Z.

András Simor - El nombre de las cosas

“Esa es la arena –dígole a ella–
y estos los espejuelos”
como si
yo supiera nombrar todas las cosas.
Aunque cada día se hace más difícil
llamar por su nombre las cosas,
el nombre de las cosas se esconde tras la hierba
o con un insecto camina,
con estos seres de nombre invariables.
Y esos nombres
yo a ella los enseño, mientras tanto
me enseña cosas las cuales
no conozco,
deletrea nombres que no entiendo.
Sin embargo ya es tiempo
para aprender de ella
que a pesar de todo pruebe de nuevo
a llamar las cosas por su nombre.

András Simor - Los muebles y el viejo

Los muebles
comprenden al viejo.
Y crujen
de dolor
cuando
les dice:
“Se acabó Ernesto”.
Los muebles
no esperan
su muerte.
Él
ya es
como si
fuera ellos.
Mañana
lo sacarán de aquí,
y más tarde
se llevarán los muebles,
el gobelino
tejido por su primera amante
tendrá un buen precio
para vender.
El viejo
y
los muebles
saben todo esto,
y aún están aquí,
sus huesos crujen,
sus maderas,
se comprenden.

András Simor - Fuit

Si el amor se ahoga
no aparece un delfín,

sólo en terrible agua
patalea hasta que se hunde,

no lo ampara ninguna huella,
arriba está sereno el mar.

András Simor - Ser fósil

Me hundo una vez, hasta el fondo
donde cantan las ballenas.

Como si fuera pariente
de barcos viejos, muertos.

En lo profundo del gran océano
me espera fría, rígida, la noche.

Lo que me martirizó arriba
para allá no me acompaña.

Sabios seres del mar vendrán,
para rodearme lentamente.

Miran al raro ser fósil,
al hombre abismal.

martes, 11 de diciembre de 2012

András Simor - Elegía recordando al poeta yugoslavo Radovan Zogovic y al poeta salvadoreño Roque Dalton

Queridos muertos, sus caras son vivas, las veo,
como si estuvieran entre nosotros, vivos.
Uno es un orgulloso olivo que señala al navegante lejano
aquí tenemos nuestra orilla, nuestra orilla no desapareció.
El otro está más cerca, su cementerio es El Salvador,
de donde oigo su voz, sus versos aciertan al blanco.
Como si el vivo viviera menos, yo que recordándolos
a ustedes no duermo, espero el fin de la noche.
Duerme Guanabo, la media luna tropical duerme sobre
[nosotros,
duerme el mar, duermen las olas, duermen en la orilla las
[conchas.
Pescadores presurosos esperan los peces en pequeños botes,
guardan el botín como el futuro, para que no lo robe
la maliciosa agua azul, que no se lo robe la tempestad.
Como si fuera suyo el bote, como si
fuera suya la red que guarda el futuro.
Está terminando la noche, se desgarran las nubes,
las caras de ustedes están en el cielo, ¡cuánto viven, cuánto!

András Simor - Optimismo

En la bahía
está anclado como un barco
Rubén Martínez Villena,
el poeta.
Esperaba
que le llenaran
con naranjas,
toronjas
en cajas de madera.
Le gustó el ruido, el alboroto.
Escribió sus versos en el mar
sobre el gigante que con mil brazos
trabaja y con enorme paciencia
come el arroz, y los frijoles.
“Esta es la más bella aventura de mi vida”
–dijo
y se echó a navegar.

András Simor - La otra posibilidad

Me desperté por la mañana
y tuve la sensación que me falta Yolanda.

Aquí se queda mi mejor ser,
no me acompaña a casa.

Juntos vamos a comprar el pan
al panadero que abre muy temprano.

Cortamos en pedacitos la carne,
cada uno come su pequeña ración.

Negrita salta, ladra
cuando uno de nosotros abre la puerta.

En la noche del mundo
nos ilumina la luna.

András Simor - Despedida

La casa de los amigos chilenos está vacía.
Hasta mí, regresaron los recuerdos
sus paredes sin nada
los armarios se abren desolados
sin abrigar ninguna cosa
ningún sueño.

Hay calles en Budapest
por cuyos alrededores no quisiera volver
y si tengo que hacerlo, paso de largo.

András Simor - Una herida, pólvora

Llegó tanta noticia del silencio
de la ciudad lejana, como si en ella
sólo se abrieran flores a la muerte y nadie
oyera el ruido que hizo el helicóptero.

Sin embargo hoy
la muerte de Miguel Enríquez,
abrió una herida, una explosión
en el periódico de la tarde,
y una media columna habló de él.

En esta noticia no se abrigaron
pájaros secos de compasión,
pasó solemne y silenciosa.

No es esta una noticia,
sino una herida, pólvora.

András Simor - Como si fuera un espejo

Miras la ciudad: ¿fuera ésta La Habana?
Vacío el mar y la calle vacía.
Sin ella te despiertas cada mañana.
Si ella no está contigo ¿para qué escribir sobre ella?

Si ella no está contigo ¿para qué escribir sobre ella?
Sin ella te despiertas cada mañana.
Vacío el mar y la calle vacía.
Miras la ciudad: ¿fuera ésta La Habana?

A tu lado está sentada, ¿y se perdió?
La ves y no la ves –¿cómo puede ser?
Si no la vieras nunca jamás, ¿la tuvieras más?

Si no la vieras nunca jamás, ¿la tuvieras más?
la ves y no la ves –¿cómo puede ser?
A tu lado está sentada, ¿y se perdió?

András Simor - 1964, 1972

El que permanece aquí entra
en la casa donde vivió antes,
charla con alguien que fue su amigo
en el año 1964,
la casa es la misma pero no es la misma,
y languidece la charla, al fin
el que permanece aquí comprende
que no puede regresar al año 1964,
y en la cuarta semana después de su llegada
se resigna, es inútil buscarlo.

András Simor - Delegaciones

Vienen, sacan declaraciones, regresan de repente.
El rico apoya al pobre pariente.

András Simor - Mis compatriotas

En general me preguntan,
si como pescado
si soporto el arroz y qué opinión tengo
de los españoles (así llaman a los cubanos)
traen a sus mujeres, y sus mujeres al ver las vidrieras
casi todas se echan a llorar.

András Simor - Página de diario

A las 2 de la tarde la guagua turística
me llevó a Alamar donde se construye una ciudad nueva,
de las 3 y 45 hasta las 4 y 30 remaba
en el lago Presa de Ceiba,
de las 4 hasta las 6 paseábamos en la ciudad,
ahora son las 9 y 30
estamos en la sala de la tele donde nerviosamente
miramos el programa sobre Attila József, mientras tanto
carraspean y miran sus relojes los técnicos extranjeros
quienes solían coger a esta hora
el canal de Miami.

András Simor - Si se apaga la luz

Si se apaga la luz,
no interrumpas
la conversación que comenzaste, en la oscuridad
no eres diferente, no olvides que algunos se alegrarían mucho
si cambiaras de tema.
Pero ¿por qué cambiar de tema?
eres el mismo de hace unos minutos,
busca una vieja lámpara, prosigue
la conversación, no gesticules, pues ya no hace efecto,
habla concretamente, no, señor, usted se equivoca,
en vano abriga esperanzas, en vano calcula,
tú sigue como antes pues eres el mismo,
tú debes terminar tus frases.

András Simor - A la 1 y 22 de la noche

Uno recibe cartas de su casa,
se alegra de la letra desigual de su padre,
después, entre la noche, a la una y 22,
quisiera oír el suspiro de su padre,
en ese mismo instante no
lo intranquiliza el mundo ni
lo que ha de hacer mañana, sólo
quisiera oír el suspiro de su padre,
mirarle el rostro de perfil
cuando duerme sentado,
tendría que irse a casa, piensa, y ahora mismo,
sabiendo, el tonto, que se queda
aquí hasta agosto, pero ahora
quisiera oír el suspiro de su padre,
pero inmediatamente, en este
mismo momento, a la
1 y 22 de la noche.

András Simor - Me visito a mí mismo

Me visito a mí mismo,
me interesa
lo que hago en la calle Kupeczky,
lo que estoy discutiendo con papá, el lunes de 6 a 7
corrijo la pronunciación de Peti, el miércoles
voy a la calle Fillér, llamo por teléfono a Kati,
está traduciendo algo,
esta semana es imposible, pero llámame el domingo,
Eva tiene frío y sueño, por la mañana no sonó el
[despertador
tengo que llegar a las 8 a la escuela Szinyei, es penoso,
tiene la primera clase, casi seguro toma un taxi,
a las 2 hay reunión, me irrito, por supuesto,
este Simor sólo piensa en asolearse con el sol cubano,
¡no se ocupa de mí!

András Simor - Encuentro con A.S.

Está nervioso, y no sabe que yo sé que está meditando
no ha sido definitivamente de otro
la muchacha a quien conoció dos semanas antes de su viaje
en el restorante Berlín, y sin quien
ni pudiera imaginar
su vida,
pero a mí me habla
de otra cosa, y no sabe que yo
sé por qué está intranquilo, si sospechara, me dejaría
porque es altivo y no le gusta si
conocen sus secretos.

Pablo Neruda - Alturas del Macchu Picchu XII

Sube a nacer conmigo, hermano.
Dame la mano desde la profunda
zona de tu dolor diseminado.
No volverás del fondo de las rocas.
No volverás del tiempo subterráneo.
No volverá tu voz endurecida.
No volverán tus ojos taladrados.
Mírame desde el fondo de la tierra,
labrador, tejedor, pastor callado:
domador de guanacos tutelares:
albañil del andamio desafiado:
aguador de las lágrimas andinas:
joyero de los dedos machacados:
agricultor temblando en la semilla:
alfarero en tu greda derramado:
traed a la copa de esta nueva vida
vuestros viejos dolores enterrados.
Mostradme vuestra sangre y vuestro surco,
decidme: aquí fui castigado,
porque la joya no brilló o la tierra
no entregó a tiempo la piedra o el grano:
señaladme la piedra en que caísteis
y la madera en que os crucificaron,
encendedme los viejos pedernales,
las viejas lámparas, los látigos pegados
a través de los siglos en las llagas
y las hachas de brillo ensangrentado.
Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta.
A través de la tierra juntad todos
los silenciosos labios derramados
y desde el fondo habladme toda esta larga noche,
como si yo estuviera con vosotros anclado,
contadme todo, cadena a cadena,
eslabón a eslabón, y paso a paso,
afilad los cuchillos que guardasteis,
ponedlos en mi pecho y en mi mano,
como un río de rayos amarillos, 415
como un río de tigres enterrados,
y dejadme llorar, horas, días, años,
edades ciegas, siglos estelares.

Dadme el silencio, el agua, la esperanza.

Dadme la lucha, el hierro, los volcanes.

Apagadme los cuerpos como imanes.

Acudid a mis venas y a mi boca.

Hablad por mis palabras y mi sangre.

Pablo Neruda - Alturas del Macchu Picchu XI

A través del confuso esplendor,
a través de la noche de piedra, déjame hundir la mano
y deja que en mí palpite, como un ave mil años prisionera,
el viejo corazón del olvidado!
Déjame olvidar hoy esta dicha, que es más ancha que el mar,
porque el hombre es más ancho que el mar y que sus islas,
y hay que caer en él como en u n pozo para salir del fondo
con un ramo de agua secreta y de verdades sumergidas.
Déjame olvidar, ancha piedra, la proporción poderosa,
la trascendente medida, las piedras del panal,
y de la escuadra déjame hoy resbalar
la mano sobre la hipotenusa de áspera sangre y cilicio.
Cuando, como una herradura de élitros rojos, el cóndor
furibundo
me golpea las sienes en el orden del vuelo
y el huracán de plumas carniceras barre el polvo sombrío
de las escalinatas diagonales, no veo a la bestia veloz,
no veo el ciego ciclo de sus garras,
veo el antiguo ser, servidor, el dormido
en los campos, veo un cuerpo, mil cuerpos, un hombre, mil
mujeres,
bajo la racha negra, negros de lluvia y noche,
con la piedra pesada de la estatua:
Juan Cortapiedras, hijo de Wiracocha,
Juan Comefrío, hijo de estrella verde,
Juan Piesdescalzos, nieto de la turquesa,
sube a nacer conmigo, hermano.

Pablo Neruda - Alturas del Macchu Picchu X

Piedra en la piedra, el hombre, dónde estuvo?
Aire en el aire, el hombre, dónde estuvo?
Tiempo en el tiempo, el hombre, dónde estuvo?
Fuiste también el pedacito roto
del hombre inconcluso, de águila vacía
que por las calles de hoy, que por las huellas,
que por las hojas del otoño muerto
va machacando el alma hasta la tumba?
La pobre mano, el pie, la pobre vida...
Loa días de la luz deshilachada
en ti, como la lluvia
sobre las banderillas de la fiesta,
dieron pétalo a pétalo de su alimento oscuro
en la boca vacía?
Hambre, coral del hombre,
hambre, planta secreta, raíz de los leñadores,
hambre, subió tu raya de arrecife
hasta estas altas torres desprendidas?

Yo te interrogo, sal de los caminos,
muéstrame la cuchara, déjame, arquitectura,
roer con un palito los estambres de piedra,
subir todos los escalones del aire hasta el vacío,
rascar la entraña hasta tocar el hombre.

Macchu Picchu, pusiste
piedras en la piedra, y en la base, harapo?
Carbón sobre carbón, y en el fondo la lágrima?
Fuego en el oro, y en él, temblando el rojo
goterón de la sangre?
Devuélveme el esclavo que enterraste!
Sacude de las tierras el pan duro
del miserable, muéstrame los vestidos
del siervo y su ventana.
Dime cómo durmió cuando vivía.
Dime si fue su sueño
ronco, entreabierto, como un hoyo negro
hecho por la fatiga sobre el muro.
El muro, el muro! Si sobre su sueño
gravitó cada piso de piedra, y si cayó bajo ella
como bajo una luna, con el sueño!
Antigua América, novia sumergida,
también tus dedos,
al salir de la selva hacia el alto vacío de los dioses,
bajo los estandartes nupciales de la luz y el decoro,
mezclándose al trueno de los tambores y de las lanzas,
también, también tus dedos,
los que la rosa abstracta y la línea del frío, los
que el pecho sangriento del nuevo cereal trasladaron 350
hasta la tela de materia radiante, hasta las duras cavidades,
también, también, América enterrada, guardaste en lo más bajo,
en el amargo intestino, como un águila, el hambre?

Pablo Neruda - Alturas del Macchu Picchu IX

Águila sideral, viña de bruma.
Bastión perdido, cimitarra ciega.
Cinturón estrellado, pan solemne.
Escala torrencial, párpado inmenso.
Túnica triangular, polen de piedra.
Lámpara de granito, pan de piedra.
Serpiente mineral, rosa de piedra.
Nave enterrada, manantial de piedra.
Caballo de la luna, luz de piedra.
Escuadra equinoccial, vapor de piedra.
Geometría final, libro de piedra.
Témpano entre las ráfagas labrado.
Madrépora del tiempo sumergido.
Muralla por los dedos suavizada.
Techumbre por las plumas combatida.
Ramos de espejo, bases de tormenta.
Tronos volcados por la enredadera.
Régimen de la garra encarnizada.
Vendaval sostenido en la vertiente.
Inmóvil catarata de turquesa.
Campana patriarcal de los dormidos.
Argolla de las nieves dominadas.
Hierro acostado sobre sus estatuas.
Inaccesible temporal cerrado.
Manos de puma, roca sanguinaria.
Torre sombrera, discusión de nieve.
Noche elevada en dedos y raíces.
Ventanas de las nieblas, paloma endurecida.
Planta nocturna, estatua de los truenos.
Cordillera esencial, techo marino.
Arquitectura de águilas perdidas.
Cuerda del cielo, abeja de la altura.
Nivel sangriento, estrella construida.
Burbuja mineral, luna de cuarzo.
Serpiente andina, frente de amaranto.
Cúpula del silencio, patria pura.
Novia del mar, árbol de catedrales.
Ramo de sal, cerezo de alas negras.
Dentadura nevada, trueno frío.
Luna arañada, piedra amenazante.
Cabellera del frío, acción del aire.
Volcán de manos, catarata oscura.
Ola de plata, dirección del tiempo.

Pablo Neruda - Alturas del Macchu Picchu VIII

Sube conmigo, amor americano.
Besa conmigo las piedras secretas.

La plata torrencial del Urubamba
hace volar el polen a su copa amarilla.
Vuela el vacío de la enredadera,
la planta pétrea, la guirnalda dura
sobre el silencio del cajón serrano.

Ven, minúscula vida, entre las alas
de la tierra, mientras -cristal y frío, aire golpeado
apartando esmeraldas combatidas,
oh, agua salvaje, bajas de la nieve.

Amor, amor, hasta la noche abrupta,
desde el sonoro pedernal andino,
hacia la aurora de rodillas rojas,
contempla el hijo ciego de la nieve.

Oh, Wilkamayu de sonoros hilos,
cuando rompes tus truenos lineales
en blanca espuma, como herida nieve,
cuando tu vendaval acantilado
canta y castiga despertando al cielo,
qué idioma traes a la oreja apenas
desarraigada de tu espuma andina?

Quién apresó el relámpago del frío
y lo dejó en la altura encadenado,
repartido en sus lágrimas glaciales,
sacudido en sus rápidas espadas,
golpeando sus estambres aguerridos,
conducido en su cama de guerrero,
sobresaltado en su final de roca?

Qué dicen tus destellos acosados?
Tu secreto relámpago rebelde
antes viajó poblado de palabras?
Quién va rompiendo sílabas heladas,
idiomas negros, estandartes de oro,
bocas profundas, gritos sometidos,
en tus delgadas aguas arteriales?

Quién va cortando párpados florales
que vienen a mirar desde la tierra?
Quién precipita los racimos muertos
que bajan en tus manos de cascada
a desgranar su noche desgranada
en el carbón de la geología?

Quién despeña la rama de los vínculos?
Quién otra vez sepulta los adioses?

Amor, amor, no toques la frontera,
ni adores la cabeza sumergida:
deja que el tiempo cumpla su estatura
en su salón de manantiales rotos,
y, entre el agua veloz y las murallas,
recoge el aire del desfiladero,
las paralelas láminas del viento,
el canal ciego de las cordilleras,
el áspero saludo del rocío,
y sube, flor a flor, por la espesura,
pisando la serpiente despeñada.

En la escarpada zona, piedra y bosque,
polvo de estrellas verdes, selva clara,
Mantur estalla como un lago vivo
o como un nuevo piso del silencio.

Ven a mi propio ser, al alba mía,
hasta las soledades coronadas.
El reino muerto vive todavía.
Y en el Reloj la sombra sanguinaria
del cóndor cruza como una nave negra.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Pablo Neruda - Alturas del Macchu Picchu VII

Muertos de un solo abismo, sombras de una hondonada,
la profunda, es así como al tamaño
de vuestra magnitud 165
vino la verdadera, la más abrasadora
muerte y desde las rocas taladradas,
desde los capiteles escarlata,
desde los acueductos escalares
os desplomasteis corto en un otoño
en una sola muerte.
Hoy el aire vacío ya no llora,
ya no conoce vuestros pies de arcilla,
ya olvidó vuestros cántaros que filtraban el cielo
cuando lo derramaban los cuchillos del rayo,
y el árbol poderoso fue comido
por la niebla, y cortado por la racha.
Él sostuvo una mano que cayó de repente
desde la altura hasta el final del tiempo.
Ya no sois, manos de araña, débiles
hebras, tela enmarañada:
cuanto fuisteis cayó: costumbres, sílabas
raídas, máscaras de luz deslumbradora.

Pero una permanencia de piedra y de palabra:
la ciudad como un vaso se levantó en las manos
de todos, vivos, muertos, callados, sostenidos
de tanta muerte, un muro, de tanta vida un golpe
de pétalos de piedra: la rosa permanente, la morada:
este arrecife andino de colonias glaciales.

Cuando la mano de color de arcilla
se convirtió en arcilla, y cuando los pequeños párpados se
cerraron
llenos de ásperos muros, poblados de castillos,
y cuando todo el hombre se enredó en su agujero,
quedó la exactitud enarbolada:
el alto sitio de la aurora humana:
la más alta vasija que contuvo el silencio:
una vida de piedra después de tantas vidas.

Pablo Neruda - Alturas del Macchu Picchu VI

Entonces en la escala de la tierra he subido
entre la atroz maraña de las selvas perdidas
hasta ti, Macchu Picchu.
Alta ciudad de piedras escalares,
por fin morada del que lo terrestre
no escondió en las dormidas vestiduras.
En ti, como dos líneas paralelas,
la cuna del relámpago y del hombre
se mecían en un viento de espinas.

Madre de piedra, espuma de los cóndores.
Alto arrecife de la aurora humana.

Pala perdida en la primera arena.

Esta fue la morada, este es el sitio:
aquí los anchos granos del maíz ascendieron
y bajaron de nuevo como granizo rojo.

Aquí la hebra dorada salió de la vicuña
a vestir los amores, los túmulos, las madres,
el rey, las oraciones, los guerreros.

Aquí los pies del hombre descansaron de noche
junto a los pies del águila en las altas guaridas
carniceras, y en la aurora
pisaron con los pies del trueno la niebla enrarecida
y tocaron las tierras y las piedras
hasta reconocerlas en la noche o la muerte.

Miro las vestiduras y las manos,
el vestigio del agua en la oquedad sonora,
la pared suavizada por el tacto de un rostro
que miró con mis ojos las lámparas terrestres,
que aceitó con mis manos las desaparecidas
maderas: porque todo, ropaje, piel, vasijas,
palabras, vino, panes,
se fue, cayó a la tierra.

Y el aire entró con dedos
de azahar sobre todos los dormidos:
mil años de aire, meses, semanas de aire,
de viento azul, de cordillera férrea,
que fueron como suaves huracanes de pasos
lustrando el solitario recinto de la piedra.

Pablo Neruda - Alturas del Macchu Picchu V

No eres tú, muerte grave, ave de plumas férreas,
la que el pobre heredero de las habitaciones
llevaba entre alimentos apresurados, bajo la piel vacía:
era algo, un pobre pétalo de cuerda exterminada:
un átomo del pecho que no vino al embate
o el áspero rocío que no cayó en la frente.
Era lo que no pudo renacer, un pedazo
de la pequeña muerte sin paz ni territorio:
un hueso, una campana que morían en él.
Yo levanté las vendas del yodo, hundí las manos
en los pobres dolores que mataban la muerte,
y no encontré en la herida sino una racha fría
que entraba por los vagos intersticios del alma.

Pablo Neruda - Alturas del Macchu Picchu IV

La poderosa muerte me invitó muchas veces:
era como la sal invisible en las olas,
y lo que su invisible sabor diseminaba
era como mitades de hundimientos y altura
o vastas construcciones de viento y ventisquero.
Yo al férreo filo vine, a la angostura
del aire, a la mortaja de agricultura y piedra,
al estelar vacío de los pasos finales
y a la vertiginosa carretera espiral:
pero, ancho mar, ¡oh muerte!, de ola en ola no vienes,
sino como un galope de claridad nocturna
o como los totales números de la noche.
Nunca llegaste a hurgar en el bolsillo, no era
posible tu visita sin vestimenta roja:
sin auroral alfombra de cercado silencio:
sin altos o enterrados patrimonios de lágrimas.

No pude amar en cada ser un árbol
con su pequeño otoño a cuestas (la muerte de mil hojas),
todas las falsas muertes y las resurrecciones
sin tierra, sin abismo:
quise nadar en las más anchas vidas,
en las más sueltas desembocaduras,
y cuando poco a poco el hombre fue negándome
y fue cerrando paso y puerta para que no tocaran
mis manos manantiales su inexistencia herida,
entonces fui por calle y calle y río y río,
y ciudad y ciudad y cama y cama,
y atravesó el desierto mi máscara salobre,
y en las últimas casas humilladas, sin lámpara, sin fuego,
sin pan, sin piedra, sin silencio, solo,
rodé muriendo de mi propia muerte.

Pablo Neruda - Alturas del Macchu Picchu III

El ser como el maíz se desgranaba en el inacabable
granero de los hechos perdidos, de los acontecimientos
miserables, del uno al siete, al ocho,
y no una muerte, sino muchas muertes llegaba a cada uno:
cada día una muerte pequeña, polvo, gusano, lámpara
que se apaga en el lodo del suburbio, una pequeña muerte de
alas gruesas
entraba en cada hombre como una corta lanza
y era el hombre asediado del pan o del cuchillo,
el ganadero: el hijo de los puertos, o el capitán oscuro del
arado,
o el roedor de las calles espesas:

todos fallecieron esperando su muerte, su corta muerte diaria:
y su quebranto aciago de cada día era
como una copa negra que bebían temblando.

Pablo Neruda - Alturas del Macchu Picchu II

Si la flor a la flor entrega el alto germen
y la roca mantiene su flor diseminada
en su golpeado traje de diamante y arena,
el hombre arruga el pétalo de la luz que recoge
en los determinados manantiales marinos
y taladra el metal palpitante en sus manos.
Y pronto, entre la ropa y el humo, sobre la mesa hundida
como una barajada cantidad, queda el alma:
cuarzo y desvelo, lágrimas en el océano
como estanques de frío: pero aún
mátala y agonízala con papel y con odio,
sumérgela en la alfombra cotidiana, desgárrala
entre las vestiduras hostiles del alambre.

No: por los corredores, aire, mar o caminos,
quién guarda sin puñal (como las encarnadas
amapolas) su sangre? La cólera ha extenuado
la triste mercancía del vendedor de seres,
y, mientras en la altura del ciruelo, el rocío
desde mil años deja su carta transparente
sobre la misma rama que lo espera, oh corazón, oh frente
triturada
entre las cavidades del otoño:

Cuántas veces en las calles de invierno de una ciudad o en
un autobús o un barco en el crepúsculo, o en la soledad
más espesa, la de la noche de fiesta, bajo el sonido
de sombras y campanas, en la misma gruta del placer humano,
me quise detener a buscar la eterna veta insondable
que antes toqué en la piedra o en el relámpago que el beso
desprendía.

(Lo que en el cereal como una historia amarilla
de pequeños pechos preñados va repitiendo un número
que sin cesar es ternura en las capas germinales,
y que, idéntica siempre, se desgrana en marfil
y lo que en el agua es patria transparente, campana
desde la nieve aislada hasta las olas sangrientas.)

No pude asir sino un racimo de rostros o de máscaras
precipitadas, como anillos de oro vacío,
como ropas dispersas hijas de un otoño rabioso
que hiciera temblar el miserable árbol de las razas asustadas.

No tuve sitio donde descansar la mano
y que, corriente como agua de manantial encadenado,
o firme como grumo de antracita o cristal,
hubiera devuelto el calor o el frío de mi mano extendida.
Qué era el hombre? En qué parte de su conversación abierta
entre los almacenes y los silbidos, en cuál de sus movimientos
metálicos
vivía lo indestructible, lo imperecedero, la vida?

Pablo Neruda - Alturas del Macchu Picchu I

Del aire al aire, como una red vacía,
iba yo entre las calles y la atmósfera, llegando y despidiendo,
en el advenimiento del otoño la moneda extendida
de las hojas, y entre la primavera y las espigas,
lo que el más grande amor, como dentro de un guante
que cae, nos entrega como una larga luna.

(Días de fulgor vivo en la intemperie
de los cuerpos: aceros convertidos
al silencio del ácido:
noches deshilachadas hasta la última harina:
estambres agredidos de la patria nupcial.)

Alguien que me esperó entre los violines
encontró un mundo como una torre enterrada
hundiendo su espiral más abajo de todas
las hojas de color de ronco azufre:
más abajo, en el oro de la geología,
como una espada envuelta en meteoros,
hundí la mano turbulenta y dulce
en lo más genital de lo terrestre.

Puse la frente entre las olas profundas,
descendí como gota entre la paz sulfúrica,
y, como un ciego, regresé al jazmín
de la gastada primavera humana.

Pablo Neruda - Los hombres

Como la copa de la arcilla era
la raza mineral, el hombre
hecho de piedras y de atmósfera,
limpio como los cántaros, sonoro.
La luna amasó a los caribes,
extrajo oxígeno sagrado,
machacó flores y raíces.
Anduvo el hombre de las islas
tejiendo ramos y guirnaldas
de polymitas azufradas,
y soplando el tritón marino
en la orilla de las espumas.

El tarahumara se vistió de aguijones
y en la extensión del Noroeste
con sangre y pedernales creó el fuego,
mientras el universo iba naciendo
otra vez en la arcilla del tarasco:
los mitos de las tierras amorosas,
la exuberancia húmeda de donde
lodo sexual y frutas derretidas
iban a ser actitud de los dioses
o pálidas paredes de vasijas.

Como faisanes deslumbrantes
descendían los sacerdotes
de las escaleras aztecas.
Los escalones triangulares
sostenían el innumerable
relámpago de las vestiduras.
Y la pirámide augusta,
piedra y piedra, agonía y aire,
en su estructura dominadora
guardaba como una almendra
un corazón sacrificado.
En un trueno como un aullido
caía la sangre por
las escalinatas sagradas.
Pero muchedumbre de pueblos
tejían la fibra, guardaban
el porvenir de las cosechas,
trenzaban el fulgor de la pluma,
convencían a la turquesa,
y en enredaderas textiles
expresaban la luz del mundo.
Mayas, habíais derribado
el árbol del conocimiento.
Con olor de razas graneras
se elevaban las estructuras
del examen y de la muerte,
y escrutabais en los cenotes,
arrojándoles novias de oro,
la permanencia de los gérmenes.

Chichén, tus rumores crecían
en el amanecer de la selva.
Los trabajos iban haciendo
la simetría del panal
en tu ciudadela amarilla,
y el pensamiento amenazaba
la sangre de los pedestales,
desmontaba el cielo en la sombra,
conducía la medicina,
escribía sobre las piedras.

Era el Sur un asombro dorado.
Las altas soledades
de Macchu Picchu en la puerta del cielo
estaban llenas de aceites y cantos,
el hombre había roto las moradas
de grandes aves en la altura,
y en el nuevo dominio entre las cumbres
el labrador tocaba las semillas
con sus dedos heridos por la nieve.

El Cuzco amanecía como un
trono de torreones y graneros
y era la flor pensativa del mundo
aquella raza de pálida sombra
en cuyas manos abiertas temblaban
diademas de imperiales amatistas.
Germinaba en las terrazas
el maíz de las altas tierras
y en los volcánicos senderos
iban los vasos y los dioses.
La agricultura perfumaba
el reino de las cocinas
y extendía sobre los techos
un manto de sol desgranado.

(Dulce raza, hija de sierras,
estirpe de torre y turquesa,
ciérrame los ojos ahora,
antes de irnos al mar
de donde vienen los dolores.)

Aquella selva azul era una gruta
y en el misterio de árbol y tiniebla
el guaraní cantaba como
el humo que sube en la tarde,
el agua sobre los follajes,
la lluvia en un día de amor,
la tristeza junto a los ríos.

En el fondo de América sin nombre
estaba Arauco entre las aguas
vertiginosas, apartado
por todo el frío del planeta.
Mirad el gran Sur solitario.
No se ve humo en la altura.
Sólo se ven los ventisqueros
y el vendaval rechazado
por las ásperas araucarias.
No busques bajo el verde espeso
el canto de la alfarería.

Todo es silencio de agua y viento.

Pero en las hojas mira el guerrero.
Entre los alerces un grito.
Unos ojos de tigre en medio
de las alturas de la nieve.

Mira las lanzas descansando.
Escucha el susurro del aire
atravesado por las flechas.
Mira los pechos y las piernas
y las cabelleras sombrías
brillando a la luz de la luna.

Mira el vacío de los guerreros.

No hay nadie. Trina la diuca
como el agua en la noche pura.

Cruza el cóndor su vuelo negro.

No hay nadie. ¿Escuchas? Es el paso
del puma en el aire y las hojas.

No hay nadie. Escucha. Escucha el árbol,
escucha el árbol araucano.

No hay nadie. Mira las piedras.

Mira las piedras de Arauco.

No hay nadie, sólo son los árboles.
Sólo son las piedras, Arauco.

Pablo Neruda - Minerales

Madre de los metales, te quemaron,
te mordieron, te martirizaron,
te corroyeron, te pudrieron
más tarde, cuando los ídolos
ya no pudieron defenderte.
Lianas trepando hacia el cabello
de la noche selvática, caobas
formadoras del centro de las flechas,
hierro agrupado en el desván florido,
garra altanera de las conductoras
águilas de mi tierra,
agua desconocida, sol malvado,
ola de cruel espuma,
tiburón acechante, dentadura
de las cordilleras antárticas,
diosa serpiente vestida de plumas
y enrarecida por azul veneno,
fiebre ancestral inoculada
por migraciones de alas y de hormigas,
tembladerales, mariposas
de aguijón ácido, maderas
acercándose al mineral,
por qué el coro de los hostiles
no defendió el tesoro?

Madre de las piedras
oscuras que teñirían
de sangre tus pestañas!
La turquesa
de sus etapas, del brillo larvario
nacía apenas para las alhajas
del sol sacerdotal, dormía el cobre
en sus sulfúricas estratas,
y el antimonio iba de capa en capa
a la profundidad de nuestra estrella.
La hulla brillaba de resplandores negros
como el total reverso de la nieve,
negro hielo enquistado en la secreta
tormenta inmóvil de la tierra,
cuando un fulgor de pájaro amarillo
enterró las corrientes del azufre
al pie de las glaciales cordilleras.
El vanadio se vestía de lluvia
para entrar a la cámara del oro,
afilaba cuchillos el tungsteno
y el bismuto trenzaba
medicinales cabelleras.
Las luciérnagas equivocadas
aún continuaban en la altura,
soltando goteras de fósforo
en el surco de los abismos
y en las cumbres ferruginosas.

Son las viñas del meteoro,
los subterráneos del zafiro.
El soldadito en las mesetas
duerme con ropa de estaño. 55

El cobre establece sus crímenes
en las tinieblas insepultas
cargadas de materia verde,
y en el silencio acumulado
duermen las momias destructoras.
En la dulzura chibcha el oro
sale de opacos oratorios
lentamente hacia los guerreros,
se convierte en rojos estambres,
en corazones laminados,
en fosforescencia terrestre,
en dentadura fabulosa.
Yo duermo entonces con el sueño
de una semilla, de una larva,
y las escalas de Querétaro
bajo contigo.
Me esperaron
las piedras de luna indecisa,
la joya pesquera del ópalo,
el árbol muerto en una iglesia
helada por las amatistas.

Cómo podías, Colombia oral,
saber que tus piedras descalzas
ocultaban una tormenta
de oro iracundo,
cómo, patria
de la esmeralda, ibas a ver
que la alhaja de muerte y mar,
el fulgor en su escalofrío,
escalaría las gargantas
de los dinastas invasores?

Eras pura noción de piedra,
rosa educada por la sal,
maligna lágrima enterrada,
sirena de arterias dormidas,
belladona, serpiente negra.
(Mientras la palma dispersaba
su columna en altas peinetas
iba la sal destituyendo
el esplendor de las montañas,
convirtiendo en traje de cuarzo
las gotas de lluvia en las hojas
y transmutando los abetos
en avenidas de carbón.)

Corrí por los ciclones al peligro
y descendí a la luz de 1a esmeralda,
ascendí al pámpano de los rubíes,
pero callé para siempre en la estatua
del nitrato extendido en el desierto.
Vi cómo en la ceniza
del huesoso altiplano
levantaba el estaño
sus corales ramajes de veneno
hasta extender como una selva
la niebla equinoccial, hasta cubrir el sello
de nuestras cereales monarquías.

Pablo Neruda - Bío-Bío

Pero háblame, Bío-Bío,
son tus palabras en mi boca
las que resbalan, tú me diste
el lenguaje, el canto nocturno
mezclado con lluvia y follaje.
Tú, sin que nadie mirara a un niño,
me contaste el amanecer
de la tierra, la poderosa
paz de tu reino, el hacha enterrada
con un ramo de flechas muertas,
lo que las hojas del canelo
en mil años te relataron,
y luego te vi entregarte al mar
dividido en bocas y senos,
ancho y florido, murmurando
una historia color de sangre.

Pablo Neruda - Tequendama

Tequendama, recuerdas
tu solitario paso en las alturas
sin testimonio, hilo
de soledades, voluntad delgada,
línea celeste, flecha de platino,
recuerdas paso y paso
abriendo muros de oro
hasta caer del cielo en el teatro
aterrador de la piedra vacía?

Pablo Neruda - Amazonas

Amazonas,
capital de las sílabas del agua,
padre patriarca, eres
la eternidad secreta
de las fecundaciones,
te caen ríos como aves, te cubren
los pistilos color de incendio,
los grandes troncos muertos te pueblan de perfume,
la luna no te puede vigilar ni medirte.
Eres cargado con esperma verde
como un árbol nupcial, eres plateado
por la primavera salvaje,
eres enrojecido de maderas,
azul entre la luna de las piedras,
vestido de vapor ferruginoso,
lento como un camino de planeta.

Pablo Neruda - Orinoco

Orinoco, déjame en tus márgenes
de aquella hora sin hora:
déjame como entonces ir desnudo,
entrar en tus tinieblas bautismales.
Orinoco de agua escarlata,
déjame hundir las manos que regresan
a tu maternidad, a tu transcurso,
río de razas, patria de raíces,
tu ancho rumor, tu lámina salvaje
viene de donde vengo, de las pobres
y altivas soledades, de un secreto
como una sangre, de una silenciosa
madre de arcilla.

Pablo Neruda - Los ríos acuden

Amada de los ríos, combatida
por agua azul y gotas transparentes,
como un árbol de venas es tu espectro
de diosa oscura que muerde manzanas:
al despertar desnuda entonces,
eras tatuada por los ríos,
y en la altura mojada tu cabeza
llenaba el mundo con nuevos rocíos.
Te trepidaba el agua en la cintura.
Eras de manantiales construida
y te brillaban lagos en la frente.
De tu espesura madre recogías
el agua como lágrimas vitales,
y arrastrabas los cauces a la arena
a través de la noche planetaria,
cruzando ásperas piedras dilatadas,
rompiendo en el camino
toda la sal de la geología,
cortando bosques de compactos muros,
apartando los músculos del cuarzo.

Pablo Neruda - Vienen los pájaros

Todo era vuelo en nuestra tierra.
Como gotas de sangre y plumas
los cardenales desangraban
el amanecer de Anáhuac.
El tucán era una adorable
caja de frutas barnizadas,
el colibrí guardó las chispas
originales del relámpago
y sus minúsculas hogueras
ardían en el aire inmóvil.

Los ilustres loros llenaban
la profundidad del follaje
como lingotes de oro verde
recién salidos de la pasta
de los pantanos sumergidos,
y de sus ojos circulares
miraba una argolla amarilla,
vieja como los minerales.
Todas las águilas del cielo
nutrían su estirpe sangrienta
en el azul inhabitado,
y sobre las plumas carnívoras
volaba encima del mundo
el cóndor, rey asesino,
fraile solitario del cielo,
talismán negro de la nieve,
huracán de la cetrería.

La ingeniería del hornero
hacía del barro fragante
pequeños teatros sonoros
donde aparecía cantando.
El atajacaminos iba
dando su grito humedecido
a la orilla de los cenotes.
La torcaza araucana hacía
ásperos nidos matorrales
donde dejaba el real regalo
de sus huevos empavonados.

La loica del Sur, fragante,
dulce carpintera de otoño,
mostraba su pecho estrellado
de constelación escarlata,
y el austral chingolo elevaba
su flauta recién recogida
de la eternidad del agua.

Mas, húmedo como un nenúfar,
el flamenco abría sus puertas
de sonrosada catedral,
y volaba como la aurora,
lejos del bosque bochornoso
donde cuelga la pedrería
del quetzal, que de pronto despierta,
se mueve, resbala y fulgura
y hace volar su brasa virgen.

Vuela una montaña marina
hacia las islas, una luna
de aves que van hacia el Sur,
sobre las islas fermentadas
del Perú.

Es un río vivo de sombra,
es un cometa de pequeños
corazones innumerables
que oscurecen el sol del mundo
como un astro de cola espesa
palpitando hacia el archipiélago.

Y en el final del iracundo
mar, en la lluvia del océano,
surgen las alas del albatros
como dos sistemas de sal,
estableciendo en el silencio,
entre las rachas torrenciales,
con su espaciosa jerarquía
el orden de las soledades.

Pablo Neruda - Algunas bestias

Era el crepúsculo de la iguana.

Desde la arcoirisada crestería
su lengua como un dardo
se hundía en la verdura,
el hormiguero monacal pisaba
con melodioso pie la selva,
el guanaco fino como el oxígeno
en las anchas alturas pardas
iba calzando botas de oro,
mientras la llama abría cándidos
ojos en la delicadeza
del mundo lleno de rocío.
Los monos trenzaban un hilo
interminablemente erótico
en las riberas de la aurora,
derribando muros de polen
y espantando el vuelo violeta
de las mariposas de Muzo.
Era la noche de los caimanes,
la noche pura y pululante
de hocicos saliendo del légamo,
y de las ciénagas soñolientas
un ruido opaco de armaduras
volvía al origen terrestre.

El jaguar tocaba las hojas
con su ausencia fosforescente,
el puma corre en el ramaje
como el fuego devorador
mientras arden en él los ojos
alcohólicos de la selva.
Los tejones rascan los pies
del río, husmean el nido
cuya delicia palpitante
atacarán con dientes rojos.

Y en el fondo del agua magna,
como el círculo de la tierra,
está la gigante anaconda
cubierta de barros rituales,
devoradora y religiosa.

Pablo Neruda - Vegetaciones

A las tierras sin nombres y sin números
bajaba el viento desde otros dominios,
traía la lluvia hilos celestes,
y el dios de los altares impregnados
devolvía las flores y las vidas.

En la fertilidad crecía el tiempo.

El jacarandá elevaba espuma
hecha de resplandores transmarinos,
la araucaria de lanzas erizadas
era la magnitud contra la nieve,
el primordial árbol caoba
desde su copa destilaba sangre,
y al Sur de los alerces,
el árbol trueno, el árbol rojo,
el árbol de la espina, el árbol madre,
el ceibo bermellón, el árbol caucho,
eran volumen terrenal, sonido,
eran territoriales existencias.
Un nuevo aroma propagado
llenaba, por los intersticios
de la tierra, las respiraciones
convertidas en humo y fragancia:
el tabaco silvestre alzaba
su rosal de aire imaginario.
Como una lanza terminada en fuego
apareció el maíz, y su estatura
se desgranó y nació de nuevo,
diseminó su harina, tuvo
muertos bajo sus raíces,
y, luego, en su cuna, miró
crecer los dioses vegetales.
Arruga y extensión diseminaba
la semilla del viento
sobre las plumas de la cordillera
espesa luz de germen y pezones,
aurora ciega amamantada
por los ungüentos terrenales
de la implacable latitud lluviosa,
de las cerradas noches manantiales,
de las cisternas matutinas.
Y aún en las llanuras
como láminas de planeta,
bajo un fresco pueblo de estrellas,
rey de la hierba, el ombú detenía
el aire libre, el vuelo rumoroso
y montaba la pampa sujetándola
con su ramal de riendas y raíces.

América arboleda,
zarza salvaje entre los mares,
de polo a polo balanceabas,
tesoro verde, tu espesura.
Germinaba la noche
en ciudades de cáscaras sagradas,
en sonoras maderas,
extensas hojas que cubrían
la piedra germinal, los nacimientos.
Útero verde, americana
sabana seminal, bodega espesa,
una rama nació como una isla,
una hoja fue forma de la espada,
una flor fue relámpago y medusa,
un racimo redondeó su resumen,
una raíz descendió a las tinieblas.

Pablo Neruda - Amor América (1400)

Antes que la peluca y la casaca
fueron los ríos, ríos arteriales:
fueron las cordilleras, en cuya onda raída
el cóndor o la nieve parecían inmóviles:
fue la humedad y la espesura, el trueno
sin nombre todavía, las pampas planetarias.

El hombre tierra fue, vasija, párpado
del barro trémulo, forma de la arcilla,
fue cántaro caribe, piedra chibcha,
copa imperial o sílice araucana.
Tierno y sangriento fue, pero en la empuñadura
de su arma de cristal humedecido,
las iniciales de la tierra estaban
escritas.
Nadie pudo
recordarlas después: el viento
las olvidó, el idioma del agua
fue enterrado, las claves se perdieron
o se inundaron de silencio o sangre.

No se perdió la vida, hermanos pastorales.
Pero como una rosa salvaje
cayó una gota roja en la espesura
y se apagó una lámpara de tierra.

Yo estoy aquí para contar la historia.
Desde la paz del búfalo
hasta las azotadas arenas
de la tierra final, en las espumas
acumuladas de la luz antártica,
y por las madrigueras despeñadas
de la sombría paz venezolana,
te busqué, padre mío,
joven guerrero de tiniebla y cobre,
oh tú, planta nupcial, cabellera indomable,
madre caimán, metálica paloma.
 
Yo, incásico del légamo,
toqué la piedra y dije:
Quién
me espera? Y apreté la mano
sobre un puñado de cristal vacío.
Pero anduve entre llores zapotecas
y dulce era la luz como un venado,
y era la sombra como un párpado verde.

Tierra mía sin nombre, sin América,
estambre equinoccial, lanza de púrpura,
tu aroma me trepó por las raíces
hasta la copa que bebía, hasta la más delgada
palabra aún no nacida de mi boca.

Hans Magnus Enzensberger - Modelo para una teoría del conocimiento

Aquí tienes una caja,
una caja grande
con una etiquets que dice
caja.
Ábrela,
y dentro encontrarás una caja,
con una etiqueta que dice
caja dentro de una caja cuya etiqueta dice
caja.
Mira adentro
(de esta caja,
no de la otra)
y encontrarás una caja
con una etiqueta que dice...
y así sucesivamente,
y si sigues así,
encontrarás
tras esfuerzos infinitos
una caja infinitesimal
con una etiqueta
tan diminuta,
que lo que dice
se disuelve ante tus ojos.
Es una caja
que sólo existe
en tu imaginación.
Una caja
perfectamente vacía.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Hans Magnus Enzensberger - Los matemáticos

Raíces que no arraigan,
aplicaciones para ojos cerrados,
gérmenes, árboles, contracciones, fibras:
el más blanco de todos los mundos
con sus haces, secciones y clausuras
es vuestra Tierra de Promisión.

Arrogantes os perdéis
en la infinitud no-numerable, en conjuntos
vacíos, ralos, disjuntos
conjuntos en sí mismo densos y
conjuntos transfinitos.

Conversaciones fantasmales
entre solteros:
el último teorema de Fermat,
la objeción de Zermelo,
el lema de Zorn.

Deslumbrados ya de niños
por frías dilucidaciones,
os habéis desentendido,
encogiendo los hombros,
de nuestros placeres sangrientos.

Pobres de palabras, tropezáis,
ensimismados,
impulsados por el ángel de la abstracción
sobre campos de Galois y superficies de Riemann,
con el polvo de Cantor hasta las rodillas,
a través de los espacios de Hausdorff.

Entonces, a los cuarenta, os sentáis,
oh teólogos sin Jehová,
sin pelo y bien enfermos,
los trajes raídos,
ante el vacío escritorio,
quemados, oh Fibonacci,
oh Kummer, oh Gödel, oh Mandelbrot,
en el purgatorio de la recursión

Hans Magnus Enzensberger - Homenaje a Gödel

Teorema de Münchhausen, caballo, tollo y trenza,
es fascinante, pero no olvides:
Münchhausen era un mentiroso.

El teorema de Gödel parece a primera vista
algo sencillo, pero piensa:
Gödel tiene razón.

«En cada sistema suficientemente rico
se pueden formular axiomas
que dentro del sistema
ni son demostrables ni refutables,
a no ser que el sistema
fuera él mismo inconsistente.»

Tú puedes describir tu propio lenguaje
en tu propio lenguaje:
pero no del todo.
Tú puedes investigar tu propio cerebro:
pero no del todo.
Etc.

Para justificarse
cada sistema imaginable
tiene que trascenderse,
es decir, destruirse.

«Bastante rico» o no:
libertad de contradicción
es una manifestación carencial
o una contradicción

(Certeza=Inconsistencia.)

Cada jinete imaginable,
o sea también Münchhausen,
o sea también tú eres un subsistema
de un tollo suficientemente rico.

Y un subsistema de este subsistema
es la propia trenza,
este aparato elevador
para reformistas y mentirosos.

En cada sistema suficientemente rico
o sea también en este tollo mismo,
se pueden formular axiomas
que dentro del sistema
no son ni demostrables ni refutables.

¡Toma estos axiomas en la mano
y tira!

Hans Magnus Enzensberger - Lo definitivo sobre cuestiones de certeza

Hay enunciados.
Hay enunciados que son verdaderos.
Hay enunciados que no son verdaderos.
Hay enunciados en los que no se puede decidir
si son verdaderos o falsos.
Hay enunciados en los que no se puede decidir
si el enunciado que no se puede decidir
si es verdadero o no,
es verdadero o no,
etc

Hans Magnus Enzensberger - Bifurcaciones

Todo lo que se ramifica,
se bifurca: delta, rayo, pulmón,
raíces, sinapsis, fractales,
árboles genealógicos y de decisiones;
todo lo que multiplica
y a la vez disminuye -

no hay quien lo comprenda,
ya demasiado complejo
para este miembro X
de una serie infinita
que a las espaldas
de aquel que en lugar de pensar
es pensado, se desarrolla,
se ramifica, se bifurca.

Hans Magnus Enzensberger - Detalles sobre un árbol

Aquel abedul, tachonado de sol.
No te muevas. Mira
las variaciones: el verde del verde,
lo mate de lo brillante, la hoja
en el limbo más oscura arriba
que abajo. Nada se repite.
Cada nervio se derrama como sobre piel
la brisa. Todo esto vacila,
se alza, inalterado
casi, pero no del todo.

Esto balancea, baila, rueda:
«conjuntos patológicos»,
funciones sin derivada,
órbitas fluctuantes en un espacio de fases.

Al viento doblegan, que la dobla,
las hojas, lo tuercen
en fantasmales remolinos
que tú no ves. Deja calcular
tu débil cerebro
hasta que tiemble, vibre, se vuelque
ante el remolino de los fenómenos
capitule y de nuevo
como el abedul ante tus ojos
se alce, inalterado
casi, pero no del todo.

Hans Magnus Enzensberger - Máquina del clima

¡Falso! Es una cocina vieja
y no una máquina. Echa vapores,
hierve, arde y se hiela.
Caprichosa e incansable
es la cocinera procelosa,
permanece invisible, no le gusta que
le miren en los cacharros,
nos lava, rehoga y tuesta,
tormenta y espuma. ¡Oh,
ella cocina también sólo con agua
y gas!

¡Pobre ciencia,
que con flechas rojas y azules,
detectores, contadores y sondas
lee los posos del café!
Recetas secretas, según el estado
de las estrellas, dependientes de la bruma,
de la suciedad, del puré volcánico.
Puntualmente la cocinera saca por arte de magia
el arroz, el eneldo, la vainilla.
Imprevisible remueve el mundo
con su enorme cuchara.

Hans Magnus Enzensberger - Insólito atractor

Minutos, horas, días enteros
inclinado sobre el barandal,
sobre millones
de insolubles ecuaciones,
miro en el ojo del huracán,
que mira mis ojos;

verdecaliza, blancoespumeante
susurra la clara materia,
girando hipnótica,
el yeso brillando
en remolinos que retornan
nunca retornando;

y arriba del todo, felpudo,
en la espuma, en la luz,
vacila, danza algo húmedo,
pardo, que danza
pero no se hunde,
vacila
un osito de peluche.

Hans Magnus Enzensberger - Charles Maessier (1730-1817)

M. Una letra M en las cartas estelares: M 42
en Orión; M 57 la niebla anular de Lira; las Pléyades,
M 45; y el Astro Nuevo de los chinos, la supernova M 1:
nubes de gas incandescente, bombas cósmicas, radiaciones.
¡Al-Sûfi, halcón celeste! ¡Swedenborg, soñador galáctico!

Y él en cambio tan sumiso, pulcro y anodino.
Muerto de hambre. A París con veintiún años,
su bonita caligrafía y nada más que reseñar.
Quinientos francos al año, cama y comida.
Copia para Delisle los planos de Pekín

y sus bocetos de la Gran Muralla China.
Un ignorante. Dieciocho meses busca en vano
su primer cometa: error en los cálculos de Halley
(perturbaciones por la masa de Júpiter).
Y el Rey le apodó más tarde el hurón de los cometas.

Una vez su mujer le ocupó la noche entera:
agonizaba. Y derramó lágrimas amargas
por el cometa abandonado. En Londres, entonces,
construía el viejo Herschel enormes refractores,
y él, sin teoría, velaba con un candil. Un ignorante.

Con buena vista y reloj casero. Un pequeño cuadrante
y un mísero telescopio (siete pulgadas). Ni más, ni menos.
No dormía. Sólo buscaba. Eclipses, manchas solares.
En una noche de otoño, hace dos siglos ya,
Divisó en Tauro un fulgor cercano a Zeta.

Un cometa que no lo era, pues no se movía.
Le irritaba el hecho, una galaxia. Miraba,
anotaba y no entendía. Vocal de la Royal Society,
académico de Petersburgo, Berlín, Estocolmo, y por último
París. Un contable, un copista. ¡Y qué ciego era!

Desfiles y procesiones bajo su ventana, cortejos
nupciales y entierros. Por la rue Saint Jacques
la Historia vociferaba. Chillaban rameras, sonaban tiros,
los discursos se inflamaban y se extinguían: amor, valor, terror.
Ciego y sordo. Su pluma raspeaba. El aceite escaseaba.

No lloró al rey decapitado, ni a los taberneros,
lavanderas, raterillos, sablistas y banqueros
tronchados por la cuchilla fría. Los astrónomos
huyeron. Sólo a uno encontró: Bochard de Saron,
amigo de Laplace. Olía a orines la Conciergerie.

Aún le calculó, con el pie ya en el cadalso,
la órbita de un cometa. Regresó inadvertido
sin sueldo, sin sueño, con gota, al Hôtel de Cluny.
Oscura la ciudad. Miedo, hambre, usura, inflación.
Silencio quince minutos, y vuelve a rasguear la pluma.

Catalogue des nébuleuses et des amas d'étoiles
que l'on découvre parmi les étoiles fixes. Pesado,
tenaz, suave e incomprensivo como un niño.
Sólo una letra nos lo recuerda. M fue
un ignorante. A dos millones de años luz

Hans Magnus Enzensberger - Teología científica

Probablemente es uno de muchos.
Estará cansado, a veces,
distraído. Difícil trabajo,
todas estas series de experimentos,
más que incontables. Sí,
en principio lo sabe todo,
pero naturalmente no se puede
preocupar de los detalles:
reactores que se recalientan,
nubes de plasma, campos relativistas.
Finalmente no somos los únicos.

Sólo después de una eternidad
toma de nuevo la prueba en su mano.
En su enorme ojo
se refleja nuestro universo.
Pero entonces ya hemos pasado.
Lástima. A lo mejor le hemos
interesado, desde el punto de vista
puramente científico.
Una novedad, sólo que no muy
resistente, inadvertida,
porque él estaba ocupado de otro modo,
este Dios. Se quedó dormido al crearnos.

Hans Magnus Enzensberger - Thomas Robert Malthus

Cuando el estómago ladra, la boca no dice nada.
En la miseria, poca es la letra. Del hambre sólo sabemos
lo dicho con panza llena: bien poco es en consecuencia.

El más feliz de todos: en verano remaba un poco, en invierno
patinaba en la charca del pueblo. Y en cincuenta años
jamás le vi perder los estribos un solo instante.

Mofletudo, comodón, negó con firme voz la felicidad.
¿La suya? No: la Felicidad. Una nueva idea, que ya no lo era
entonces en Europa: ya no habrá guerra, ni crímenes,
ni administración de justicia, ni gobiernos, ni dolores, ni enfermedad,
ni angustia, ni rencor. Respuesta: Nunca he adquirido
un poder tal sobre mi intelecto que me permita creer sin evidencia
mis íntimos deseos. (Ensayo sobre el principio de población
en relación con el progreso futuro de la sociedad, y crítica
de las especulaciones de los señores Godwin, Condorcet y otros.)

Dulce y tierno. Genio y locura no iban con él.
Vivía honradamente de su canonjía, pero no le convencía
El orden divino en la evolución de la estirpe humana
de Süssmilch. Y se tragó anuarios estadísticos,
dejó la rectoría, se fue a Rusia y a otros países.
Europa se horrorizó del resultado. Monótonos presagios:
aquella retahíla de enfermedades, epidemias, carestías,
plagas, revueltas y hambres endémicas.

Arremete el pastor de buenas almas de Albury
contra la ola de placeres deshonestos, villanías,
y perversas pasiones, pero por vez primera su sermón
calcula las fuerzas naturales en matrices y testículos,
como el físico la velocidad y el alcance de un disparo
en medios de distinta densidad: y todo ello
es necesariamente así y nunca dejará de serlo.

Sicofante descarado de la clase poderosa. Infame,
siniestra doctrina, cinismo, blasfemia: palabras,
pero el plazo de duplicación sigue siendo aún
de treinta años, y rige aún la fórmula: Pt = Poet.

Cierto: sus cálculos son inexactos. Sólo estaba seguro
de que algo aumenta sin cesar. Crece el crecimiento,
crece el hambre, crece el miedo. Sonrosado de mejillas,
frotándose de manos, recibía cada día con el té los panecillos
de manos de la misma lozana mujer, con la que religiosamente
fornicaba una vez al mes: un impertérrito miedoso,
un impostor que aparentó salud su vida entera:
El más feliz de todos los profetas de la catástrofe.

Hans Magnus Enzensberger - Alexander von Humboldt

Fuera, muy azules, al óleo, las cumbres lejanas, las palmeras,
los desnudos salvajes. En la penumbra de la frondosa cabaña
paredes colgadas de pieles y helechos gigantes. Sobre la albarda
un vistoso papagayo. Al fondo contempla el amigo una flor
bajo la lupa. Cajas de libros y orquídeas encima esparcidas.
Higos cambures sobre la mesa con los mapas e instrumentos:
brújula y horizonte, microscopio, teodolito y sextante
(espéculo de cúpreos destellos y limbo de blanco argente).
En el rayo de luz, en el centro, sentado, el insigne geodesta
en su estudio de la jungla, a orillas del Orinoco, pintado al óleo.

La Tierra Incógnita se funde como la nieve bajo su mirada.
Cubre con su red de curvas y coordenadas los últimos glaciares,
las inhóspitas cordilleras. Y mide desvíos magnéticos,
apogeos solares, salinas concentraciones, azules del cielo.
Atónitos miran los indígenas. ¡Qué gente tan extraña esta
que corre el mundo buscando hierbas y comparando sus pastos
con los pastos ajenos! Os dejáis devorar por los mosquitos
para medir unas tierras que ni siquiera son vuestras.
Forasteros, herejes, maniáticos. Mas no se inmuta el viajero
y blande su botella de Leyden como el cura el incensario.

Nacido a la luz del cometa de Messier. Galvaniza ranas. El mismo
se aplica los electrodos y emite Conjeturas sobre la excitación
de tejidos nerviosos y musculares. Y va a la caza amazónica
de tempestades magnéticas, o persigue auroras boreales en Siberia:
en piragua, trineo y vapor, hamaca bamboleante y carroza.
Dibuja países enteros como yacimientos. Está realmente obsesionado
por los cráteres en llamas que, vulcanista y vulcanólogo, mira,
valora y manosea. Tímido y solitario, repasa en su memoria
los muchachos que le agradaron: eran la mayoría afables
y sin medios. Él les ayudó y calló. En las noches torturantes
escribía sin descanso. Notas dispersas sobre el basalto.
De los bosques de China. Inventario de corrientes marinas.
Pueblos primitivos de América y monumentos que legaron.
Lecciones de… Aportaciones a… Criterios… Aforismos…
Noticia ocasional de un mensaje en una botella. Profundidades
de las nieves perpetuas. Temperaturas en puntos distintos
de la zona tórrida al nivel del mar. Peces eléctricos varios.

Este hombre es una academia circulante. Asciende incluso
a las capas más altas de la atmósfera, y se sumerge al fondo
del Támesis con Brunel, un excéntrico inglés, en una campana metálica.

Siempre lo he admirado, pero ahora lo venero. Sólo él sabe
transmitir las emociones del alma al entrar en contacto
con el Trópico. Sin embargo, más tarde, tras el desayuno
Darwin se manifiesta decepcionado: es muy eufórico, pero
desbarra bastante. Efectivamente, no se ven muy claras
las causas de su gran fama. Dormía tres o cuatro horas. Era presumido,
cándido, entusiasta y laborioso al máximo. Gran bailarín del minué
y del <<animalito>>. Levita azul, botones dorados, chaleco amarillo,
pantalones rayados, chalina blanca y viejo sombrero negro:
por su moda en el vestir, quedó estancado en el Directorio.
Fue toda una celebridad: inconcebible que un simple particular
causara tanta expectación. Paris estaba en el linde del cambio: no se fiaba
de su propio triunfo la Nueva Clase. Y tras el Terror floreció ilusoria
la inocencia clasicista antes de irrumpir el bestial griterío de la Bolsa,
con sus fiebres, sus boom, sus crash, y la explotación,
se desencadena abierta, directa, impúdica y descarnada por toda la Tierra.
Momento claro, limpio, coherente. Una burguesía modélica y cabal
como el metro patrón, que también nuestro generoso héroe
contribuyó a fijar, recorriendo con sus trastos el meridiano
de Dunkerque a Barcelona (pagando, como siempre, de su bolsillo).

Después ganó la reacción y volvió al calvario alemán. Camarlengo,
lector, lacayo pues de la Corte de Potsdam. Se retiró a Berlín,
pequeña, huera, fementida villa. En aquel desierto sembrado
de policías pensó a menudo en el Trópico. ¿Por qué le fascinaba?
¿Por qué soportó tanto: insectos, lianas prensiles, diluvios
y la mirada hostil de los indios? No era estaño, ni el yute,
ni el caucho, ni el cobre. Era un transmisor sano e inconsciente
de gérmenes malignos, un heraldo desinteresado del pillaje, un correo
que ignoraba llevar la orden de destrucción de aquello, que amorosamente
pintó en sus Cuadros naturales hasta los noventa años.

Hans Magnus Enzensberger - Astrolabium

Tímpano, matriz y limbo:
palabras de latón pasadas.
¿Quién sabía ya con alidada,
araña y regla determinar la altura del sol,
horas bohemias y babilónicas
y la posición de las estrellas
con las simples manos?

En el planisferio la imagen punzada
de la esfera celeste. Acimutes,
almicantarates y horizonte
y sobre ella girando una red delicada
de finos hilos en cuyas puntas
se pueden ver Aldebarán, Rigel,
Antares y Vega. Interpretados
el zodíaco y el cuadrado de sombra
permiten calcular horóscopos y reconocer
la altura de las torres y las cimas.

Un calendario, un reloj estelar ingenioso,
un oráculo, un ordenador análogo,
que duerme en el museo - chatarra
para astrónomos que ya no ven nada.
Sólo los fallidos fantasmas de la pantalla
e interminables columnas de números.
Cada vez más profundo, en cada vez más lejanas
Galaxias mira la ciega ciencia.

Ángel Crespo - Lo cierto

Yo soy yo, y mi circunstancia trata de negarme.
El sentido común carece de sentido.
Entre el entender y el no entender reside el saber.
Lo que se sabe se entiende y no se entiende; lo que se entiende se sabe y no se sabe.
En el país de los tuertos, el ciego es rey.

Pablo Hasél & Aitor Cuervo - A esa cadena de bufones

(Preparaos)
Miremos por donde miremos, La Sexta,
está podrida, huele mal y apesta,
contando bulos y echando mierda,
criminalizando a la verdadera izquierda.

Con sus presentadores prepotentes
y su progresía a lo RuGALcaba,
con mucho humor te mienten,
frívola guasa por la banca financiada.

Emilio Aragón, Buenafuente y compañía
de los sociatas son los payasos tristes,
la misma basura que Intereconomía
que no llevan careta ni juegan al despiste.

Normal que ladren contra Cuba,
Venezuela y el anticapitalismo firme,
España tiene alergia a la realidad cruda,
como el fascismo suba será estallar o irme.

Con más sangre fría que los reptiles,
lacayos lameculos de Zapatero,
tendréis reservados los garrotes viles
cuando llegue el Triunfo Obrero.

Por el Follonero no seremos “Salvados”,
su mejor broma será cuando muera,
por millones defienden a sus amos
que continuando la Inquisición nos quieren en la
hoguera.

Puede que escribir nos cueste el exilio
y la ruina para nuestros allegados,
pero volveremos y al bufón de Emilio
veremos a sentencia de trabajos forzados.

Wyoming hace el indio de forma ridícula,
su máximo compromiso es criticar a los del toro,
que no nos cuente más la película
si está financiada por Botín y su coro.

Buenafuente el peor, el más burgués,
perro del capital tan sólo te mereces
una capucha y un secuestro express,
una piedra al cuello y con los peces.

Y mientras medio mundo es el peor Infierno,
aquí el pan y circo causa estragos,
no podemos escribir nada más tierno
que un: Se acaba la farsa, preparaos…

Luego diréis que somos criminales,
terroristas que apoyamos a Al Qaeda
pero no nos silenciarán los tribunales,
preparaos…
que mucha caña por meter nos queda.

Aitor Cuervo Taboada - Soñé soñar

Soñé con reyes y con guillotinas,
soñé con burgueses en el paredón,
soñé con una corona de espinas
y una cruz para Juan Carlos de Borbón.
Soñé soñar con la Revolución.

Soñé con ricos cayendo en la ruina,
con obreros que colgaban al patrón,
soñé que los mineros de la mina
se proclamaban en huelga del carbón.
Soñé soñar con la Revolución

Soñé verme en comunas parisinas
Marsellesa al compás de acordeón ,
soñé que en las montañas trasandinas
Bolívar llamaba a la Insurrección.
Soñé soñar con la Revolución.

Soñé que las piedras palestinas
vencían a los fusiles de Sión,
soñé que en las guerrillas clandestinas
el pueblo buscaba emancipación
Soñé soñar con la Revolución.

Soñé soñar con la Revolución,
soñé soñar con los ojos abiertos,
y en mis sueños que soñaban despiertos
obreros se alzaban en rebelión
y gritaban “antes que esclavos, muertos”

Charles Baudelaire - La música

¡La música frecuentemente me coge como un mar!
Hacia mi pálida estrella,
Bajo un techado de brumas o en la vastedad etérea,
Yo me hago a la vela;

El pecho saliente y los pulmones hinchados
Como velamen,
Yo trepo al lomo de las olas amontonadas
Que la noche me vela;

Siento vibrar en mí todas las pasiones
De un navío que sufre;
El buen viento, la tempestad y sus convulsiones

Sobre el inmenso abismo
Me mecen.  ¡Otras veces, calma chicha, gran espejo
De mi desesperación!

Charles Baudelaire - La pipa

Yo soy la pipa de un autor;
Se comprueba, al contemplar mi rostro
De abisinio o de cafre,
Que mi dueño es un gran fumador.

Cuando está colmado de dolor,
Yo humeo como la casucha
Donde se prepara la comida
Para el regreso del labrador.

Yo envuelvo y arrullo su alma
En la red móvil y azul
Que asciende de mi boca encendida,

Y envuelvo un poderoso dictamen
Que encanta su corazón y cura
De fatigas a su espíritu.

Charles Baudelaire Los búhos

Bajo los techos negros que los abrigan,
Los búhos se mantienen alineados,
Como dioses extraños,
Clavando su mirada roja. Meditan.

Sin moverse se mantendrán
Hasta la hora melancólica
En que, empujando el sol oblicuo,
Las tinieblas se establezcan.

Su actitud, por sabia, enseña
Que es preciso en este mundo que tema
El tumulto y el movimiento;

El hombre embriagado por la sombra que pasa
Lleva siempre el castigo
De haber querido cambiar de sitio.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Charles Baudelaire - Los gatos

Los amantes fervorosos y los sabios austeros
Gustan por igual, en su madurez,
De los gatos fuertes y dulces, orgullo de la casa,
Que como ellos son friolentos y como ellos sedentarios.

Amigos de la ciencia y de la voluptuosidad,
Buscan él silencio y el horror de las tinieblas;
El Erebo se hubiera apoderado de ellos para sus correrías fúnebres,
Si hubieran podido ante la esclavitud inclinar su arrogancia.

Adoptan al soñar las nobles actitudes
De las grandes esfinges tendidas en el fondo de las soledades,
Que parecen dormirse en un sueño sin fin;

Sus grupas fecundas están llenas de chispas mágicas,
Y fragmentos de oro, cual arenas finas,
Chispean vagamente en sus místicas pupilas.

Charles Baudelaire - Tristezas de la luna

Esta noche, la luna sueña con más pereza;
Tal como una beldad, sobre numerosos cojines,
Que con mano distraída y leve acaricia
Antes de dormirse, el contorno de sus senos,

Sobre el dorso satinado de las muelles eminencias,
Desfalleciente, ella se entrega a largos espasmos,
Y pasea sus miradas sobre las imágenes blancas
Que trepan hasta el azur como floraciones.

Cuando, a veces, sobre este globo, en su languidez ociosa,
Ella deja escapar una lágrima furtiva,
Un poeta piadoso, enemigo del sueño,

En la cavidad de su mano coge esta lágrima pálida,
Con reflejos irisados, como un fragmento de ópalo,
Y la coloca en su corazón lejos de las miradas del sol.

Charles Baudelaire - Soneto otoñal

Ellos me dicen, tus ojos, claros como el cristal:
"Para ti, caprichoso amante, ¿Cuál es, pues, mi mérito?"
—¡Eres encantador, y callas!  Mi corazón, que todo irrita,
Excepto el candor del antiguo animal,

No quiere mostrarte su secreto infernal,
Mecedora cuya mano a largos sueños me invita,
Ni su negra leyenda con el fuego escrita.
¡Yo odio la pasión y el espíritu me hace mal!

Amémonos dulcemente.  El amor en su guarida,
Tenebroso, emboscado, tiende su arco fatal.
Yo conozco los artilugios de su viejo arsenal:

¡Crimen, horror y locura! — ¡Oh, pálida margarita!
Como yo, ¿no eres tú un sol otoñal,
Oh, mi blanquísima, oh, mi frigidísima Margarita?

Charles Baudelaire - El espectro

Como los ángeles, con ojo furtivo,
Yo volveré a tu alcoba
Y hasta ti me deslizaré sin ruido
Entre las sombras de la noche;

Y te daré, mi morena,
Besos fríos como la luna
Y caricias de serpiente
Alrededor de una fosa rampante.

Cuando llegue la mañana lívida,
Tú encontrarás mi lugar vacío,
En el que hasta en la noche hará frío.

Como otros para la ternura,
Sobre tu vida y sobre tu juventud,
Yo, yo quiero reinar por el terror.

Charles Baudelaire - Moesta et errabunda

Dime, ¿a veces, tu corazón no vuela, Ágata,
Lejos del negro océano de la inmunda ciudad,
Hacia otro océano donde el resplandor estalla,
Azul, claro, profundo, como la virginidad?
Dime, ¿a veces, tu corazón no vuela, Ágata?

¡La mar, la mar inmensa, consuela nuestros desvelos!
¿Qué demonio ha dotado a la mar, ronca cantante
Que acompaña el inmenso órgano de los vientos gruñidores,
De esta función sublime de canción de cuna?
¡La mar, la mar inmensa, consuela nuestros desvelos!

¡Llévame, vagón!   ¡Llévame, fragata!
¡Lejos! ¡lejos! ¡aquí el lodo formado está por nuestras lágrimas!
—¿Es verdad que, a veces, el triste corazón de Ágata
Dice: "Lejos de los remordimientos, de los crímenes, de los dolores,
Llévame, vagón; llévame, fragata"?

¡Cuan lejos estás, paraíso perfumado!
Donde bajo un claro azur todo no es más que amor y alegría,
Donde lo que se ama es digno de ser amado,
¡Dónde, en la voluptuosidad pura el corazón se ahoga!
¡Cuan lejos estás, paraíso perfumado!

Pero, el verde paraíso de los amores infantiles,
Las carreras, las canciones, los besos, los ramilletes,
Los violines vibrando detrás de las colinas,
Con los jarros de vino, de noche, entre las frondas,
—Pero, el verde paraíso de los amores infantiles,

El inocente paraíso, lleno de placeres furtivos,
¿Está más lejos que la India y que la China?
¿Podemos recordarlo con gritos lastimeros
Y animar aún con una voz argentina,
El inocente paraíso lleno de placeres furtivos?

Charles Baudelaire - A una dama criolla

En el país perfumado que el sol acaricia,
Yo he conocido, bajo un dosel de árboles empurpurados
Y palmeras de las que llueve sobre los ojos la pereza,
A una dama criolla de encantos ignorados.

Su tez es pálida; la morena encantadora
Tiene en el cuello un noble amaneramiento;
Alta y esbelta, al marchar como una cazadora,
Su sonrisa es tranquila y sus ojos arrogantes.

Si fueras, Señora, al verdadero país de la gloria,
Sobre las riberas del Sena o del verde Loire,
Beldad digna de ornar las antiguas moradas,

Harías, en el recogimiento umbríos refugios,
Germinar mil sonetos en los corazones de los poetas
Que tus grandes ojos someterían más esclavos que tus negros.

Charles Baudelaire - Franciscae meae laudes (Versos compuestos para una modista erudita y devota)

Novis te cantabo chordis,
O novelletum quod ludís
In solitudine cordis.

Esto sertis implicata,
O femina delicata,
Per quam solvuntur peccata!

Sicut beneficum Lethe,
Hauriam oscula de te,
Quae imbuta es magnete.

Quum vitiorum tempestas
Turbabat omnes semitas,
Apparuisti, deitas,

Velut stella salutaris
In naufragiis amaris...
Suspendam cor tuis aris!

Piscina plena virtutis,
Fons aeternae juventutis,
Labris vocem redde mutis!

Quod erat spurcum, cremasti;
Quod rudius, exaequasti;
Quod debile, confirmasti!

In fame mea taberna,
In nocte mea lucerna,
Recte me semper guberna.

Adde nunc vires viribus,
Dulce balneum suavibus
Unguentatum odoribus!

Meos circa lumbos mica,
O castitatis lorica,
Aqua tincta seraphica;

Patera gemmis corusca,
Pañis salsus, mollis esca,
Divinum vinum, Francisca!

Charles Baudelaire - Sisina

¡Imaginaos a Diana en galante cabalgata,
Recorriendo los bosques o batiendo los zarzales,
Cabellos y pecho al viento, embriagándose de ruido,
Soberbia y desafiando a los mejores jinetes!

¿Has visto a Turingia, amante de la carnicería,
Incitando al asalto a un pueblo descalzo,
Las mejillas y la mirada ardientes, encarnando su personaje,
Y trepando, sable en mano, las reales escaleras?

¡Tal la Sisina! Pero, la dulce guerrera
Tiene el alma tan caritativa como asesina;
Su coraje, enloquecido de pólvora y de tambores,

Ante los suplicantes sabe abatir las armas,
Y su corazón, azotado por la llama, tiene siempre,
Para el que se muestra digno, un receptáculo de lágrimas.