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domingo, 9 de diciembre de 2012

Hans Magnus Enzensberger - Thomas Robert Malthus

Cuando el estómago ladra, la boca no dice nada.
En la miseria, poca es la letra. Del hambre sólo sabemos
lo dicho con panza llena: bien poco es en consecuencia.

El más feliz de todos: en verano remaba un poco, en invierno
patinaba en la charca del pueblo. Y en cincuenta años
jamás le vi perder los estribos un solo instante.

Mofletudo, comodón, negó con firme voz la felicidad.
¿La suya? No: la Felicidad. Una nueva idea, que ya no lo era
entonces en Europa: ya no habrá guerra, ni crímenes,
ni administración de justicia, ni gobiernos, ni dolores, ni enfermedad,
ni angustia, ni rencor. Respuesta: Nunca he adquirido
un poder tal sobre mi intelecto que me permita creer sin evidencia
mis íntimos deseos. (Ensayo sobre el principio de población
en relación con el progreso futuro de la sociedad, y crítica
de las especulaciones de los señores Godwin, Condorcet y otros.)

Dulce y tierno. Genio y locura no iban con él.
Vivía honradamente de su canonjía, pero no le convencía
El orden divino en la evolución de la estirpe humana
de Süssmilch. Y se tragó anuarios estadísticos,
dejó la rectoría, se fue a Rusia y a otros países.
Europa se horrorizó del resultado. Monótonos presagios:
aquella retahíla de enfermedades, epidemias, carestías,
plagas, revueltas y hambres endémicas.

Arremete el pastor de buenas almas de Albury
contra la ola de placeres deshonestos, villanías,
y perversas pasiones, pero por vez primera su sermón
calcula las fuerzas naturales en matrices y testículos,
como el físico la velocidad y el alcance de un disparo
en medios de distinta densidad: y todo ello
es necesariamente así y nunca dejará de serlo.

Sicofante descarado de la clase poderosa. Infame,
siniestra doctrina, cinismo, blasfemia: palabras,
pero el plazo de duplicación sigue siendo aún
de treinta años, y rige aún la fórmula: Pt = Poet.

Cierto: sus cálculos son inexactos. Sólo estaba seguro
de que algo aumenta sin cesar. Crece el crecimiento,
crece el hambre, crece el miedo. Sonrosado de mejillas,
frotándose de manos, recibía cada día con el té los panecillos
de manos de la misma lozana mujer, con la que religiosamente
fornicaba una vez al mes: un impertérrito miedoso,
un impostor que aparentó salud su vida entera:
El más feliz de todos los profetas de la catástrofe.

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