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jueves, 6 de diciembre de 2012

Fayad Jamís - Elegía

No voy a ver el cielo sobre el mar
ni el barrio que se acerca con su negro
que nunca, nunca deja de gritar.
No sé cómo llevar a mi poesía
las paradas de guagua
con todo su rumor.
Me siento aquí como en mi propia casa.
El cafetero de la esquina me saluda,
me acomodo en la silla, saboreo el refresco
mientras del ruido multicolor
(me rodean mulatos, blancos, negros y zambos)
surge para todos
una canción
en una sola voz.
Francisco, el chino cocinero, viene,
con su eterna sonrisa, a preguntarme: “¿Qué tal?”
Caminaré por las arrugas de su cara para saber su vida.
Tal vez en este instante está en Shanghai, con una copa en alto,
o acaso nada, lento, en las aguas del recuerdo.
¿Dónde estarán mañana el albanés Alí y Elenko, el
[búlgaro?
¿En qué ciudad brindaremos de nuevo, mis amigos?
El instante navega y me saluda,
quisiera descansar en este puerto.
Por estas calles viejas he paseado,
y ahora sobre mí
despliega el cielo sus velas azules.
Contemplo los veleros de las nubes. ¿Cómo vuelan las
[nubes en mi patria?
Elina vino a buscarme en su automóvil,
ella que ha comprendido perfectamente mi tristeza:
“Andrés,
México es
una flor seca, piedra negra.
Allá no proyectan las películas de Buñuel”.
Tu tristeza es débil y fuerte,
dentro de ella,
yo me siento como el pez en el agua.
¿Por dónde andará Osvaldo, cuya conversación
cambia incesantemente?
¿Por dónde pasará con sus zapatos milicianos mañana?
El heladero no me espera
y el barbero tampoco (jamás me ha preguntado mi nombre
[o mi país).
¿Y dónde estaré yo mañana, mis amigos?
¿Quién sobrevivirá a este instante,
con la alegría de las caminatas entre los bares y tabernas?
A veces el cristal del cielo se rompía,
el viento del crepúsculo presagiaba tormenta,
y mientras, yo esperaba que saliera La tarde.
Como una sombra en bicicleta,
sobre sus ruedas de silencio
el día fue arrastrado por el anochecer.
Cristina (una vecina) me pregunta:
“András, ¿qué tal?”
Esta tarde no volverá.
El tiempo es arena que cae.
Por eso yo pregunto de nuevo: ¿Quién robó
la alegría de mi alegría,
el cielo del cielo de Cuba,
la sonrisa entre dos abrazos?
Recuerdo: no sabía exactamente
los nombres de los árboles
tropicales, ni hablaba con el pájaro echado en una rama,
ni le hacía preguntas al crepúsculo.
¿Pero cómo describiré los días,
las calles retorcidas de la vieja ciudad,
donde la cinta del mar siempre se asoma,
donde el grito y el olor del café me saludan?
Dentro de algunos años este banco del parque será mi
[juventud,
ahora estoy sentado con el periódico en mis manos,
miro a los jugadores de ajedrez
mientras devoro mi helado de guayaba.
¿Qué he de hallar en las aguas del recuerdo?
Mi canción en un buque de papel
corta el mar entre dos adoquines de la calle,
navega en las crestas de las palabras
y vuelve en las máquinas ligeras de los “hola” y los “ciao”.
En fin, para qué despedirme, mis amigos.
En Budapest, en La Habana o en México,
ya nos encontraremos en la vieja barra de un bar
donde la sonrisa de blancos, negros, zambos y mulatos
detiene al tiempo veloz.

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