Fuera, muy azules, al óleo, las cumbres lejanas, las palmeras,
los desnudos salvajes. En la penumbra de la frondosa cabaña
paredes colgadas de pieles y helechos gigantes. Sobre la albarda
un vistoso papagayo. Al fondo contempla el amigo una flor
bajo la lupa. Cajas de libros y orquídeas encima esparcidas.
Higos cambures sobre la mesa con los mapas e instrumentos:
brújula y horizonte, microscopio, teodolito y sextante
(espéculo de cúpreos destellos y limbo de blanco argente).
En el rayo de luz, en el centro, sentado, el insigne geodesta
en su estudio de la jungla, a orillas del Orinoco, pintado al óleo.
La Tierra Incógnita se funde como la nieve bajo su mirada.
Cubre con su red de curvas y coordenadas los últimos glaciares,
las inhóspitas cordilleras. Y mide desvíos magnéticos,
apogeos solares, salinas concentraciones, azules del cielo.
Atónitos miran los indígenas. ¡Qué gente tan extraña esta
que corre el mundo buscando hierbas y comparando sus pastos
con los pastos ajenos! Os dejáis devorar por los mosquitos
para medir unas tierras que ni siquiera son vuestras.
Forasteros, herejes, maniáticos. Mas no se inmuta el viajero
y blande su botella de Leyden como el cura el incensario.
Nacido a la luz del cometa de Messier. Galvaniza ranas. El mismo
se aplica los electrodos y emite Conjeturas sobre la excitación
de tejidos nerviosos y musculares. Y va a la caza amazónica
de tempestades magnéticas, o persigue auroras boreales en Siberia:
en piragua, trineo y vapor, hamaca bamboleante y carroza.
Dibuja países enteros como yacimientos. Está realmente obsesionado
por los cráteres en llamas que, vulcanista y vulcanólogo, mira,
valora y manosea. Tímido y solitario, repasa en su memoria
los muchachos que le agradaron: eran la mayoría afables
y sin medios. Él les ayudó y calló. En las noches torturantes
escribía sin descanso. Notas dispersas sobre el basalto.
De los bosques de China. Inventario de corrientes marinas.
Pueblos primitivos de América y monumentos que legaron.
Lecciones de… Aportaciones a… Criterios… Aforismos…
Noticia ocasional de un mensaje en una botella. Profundidades
de las nieves perpetuas. Temperaturas en puntos distintos
de la zona tórrida al nivel del mar. Peces eléctricos varios.
Este hombre es una academia circulante. Asciende incluso
a las capas más altas de la atmósfera, y se sumerge al fondo
del Támesis con Brunel, un excéntrico inglés, en una campana metálica.
Siempre lo he admirado, pero ahora lo venero. Sólo él sabe
transmitir las emociones del alma al entrar en contacto
con el Trópico. Sin embargo, más tarde, tras el desayuno
Darwin se manifiesta decepcionado: es muy eufórico, pero
desbarra bastante. Efectivamente, no se ven muy claras
las causas de su gran fama. Dormía tres o cuatro horas. Era presumido,
cándido, entusiasta y laborioso al máximo. Gran bailarín del minué
y del <<animalito>>. Levita azul, botones dorados, chaleco amarillo,
pantalones rayados, chalina blanca y viejo sombrero negro:
por su moda en el vestir, quedó estancado en el Directorio.
Fue toda una celebridad: inconcebible que un simple particular
causara tanta expectación. Paris estaba en el linde del cambio: no se fiaba
de su propio triunfo la Nueva Clase. Y tras el Terror floreció ilusoria
la inocencia clasicista antes de irrumpir el bestial griterío de la Bolsa,
con sus fiebres, sus boom, sus crash, y la explotación,
se desencadena abierta, directa, impúdica y descarnada por toda la Tierra.
Momento claro, limpio, coherente. Una burguesía modélica y cabal
como el metro patrón, que también nuestro generoso héroe
contribuyó a fijar, recorriendo con sus trastos el meridiano
de Dunkerque a Barcelona (pagando, como siempre, de su bolsillo).
Después ganó la reacción y volvió al calvario alemán. Camarlengo,
lector, lacayo pues de la Corte de Potsdam. Se retiró a Berlín,
pequeña, huera, fementida villa. En aquel desierto sembrado
de policías pensó a menudo en el Trópico. ¿Por qué le fascinaba?
¿Por qué soportó tanto: insectos, lianas prensiles, diluvios
y la mirada hostil de los indios? No era estaño, ni el yute,
ni el caucho, ni el cobre. Era un transmisor sano e inconsciente
de gérmenes malignos, un heraldo desinteresado del pillaje, un correo
que ignoraba llevar la orden de destrucción de aquello, que amorosamente
pintó en sus Cuadros naturales hasta los noventa años.
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